giovedì, giugno 01, 2006

Carlos A. MONTANER: ¿Quién está dispuesto a cazar al lobo?

¿Quién está dispuesto a cazar al lobo?
CARLOS ALBERTO MONTANER.
ABC - Madrid

ALAN García está razonablemente preocupado. El ex gobernante peruano, nuevamente a punto de llegar a la presidencia de su país, acaba de declarar que Hugo Chávez se propone conquistar América Latina con un potente chorro de petrodólares. Es obvio que su rival, el comandante Ollanta Humala, es el candidato de Caracas. A Chávez le encantaría duplicar en Lima el éxito que ya obtuvo en La Paz con el triunfo de Evo Morales. En Nicaragua, el compañero Daniel Ortega recibe petróleo y urea -un fertilizante nitrogenado- para que los sandinistas repartan este botín electoral a sus partidarios e intercambien votos por obsequios en la más descarnada tradición clientelista. En México, mientras tanto, el PAN y el PRI han denunciado a voz en cuello la injerencia del coronel venezolano en la política nacional. La acción de los círculos bolivarianos es muy visible y la prensa no deja de publicar informaciones y rumores sobre la ayuda masiva que supuestamente recibe de Venezuela Andrés Manuel López Obrador, el candidato neopopulista.

Quien tenga la masoquista paciencia de leer los papeles de la secta castro-chavista no puede dudarlo: Fidel y Hugo ya cuentan con una visión general del rumbo que le corresponde seguir a la humanidad. Es el llamado socialismo del siglo XXI, nueva versión del viejo colectivismo autoritario de siempre. Los dos fundadores, como Rómulo y Remo, esta vez hijos de una inquieta loba leninista, están seguros de que el comunismo se revitalizó y ha vuelto a ser el camino del futuro. La tarea de implantarlo, claro, ya no le corresponde a la decrépita Europa, y mucho menos de la traidora Rusia. Es el momento glorioso de América Latina, que será guiada hasta la victoria final por el eje La Habana-Caracas por medio de las técnicas de manipulación de la opinión pública diseñadas por los soviéticos y aprendidas por los cubanos en el siglo pasado. Castro, que cumplirá 80 años en agosto, sabe que no verá el final de la aventura, pero deja ungido y encaminado a su heredero, a quien le corresponderá la felicidad de enterrar sin honores a Estados Unidos y a la corrupta Europa.

Pero ahí no termina el delirio. Además de tener una visión del futuro, Castro y Chávez también poseen una estrategia para llegar al poder. Consiste en encumbrar a los camaradas por vía de las urnas, aprovechando la debilidad institucional y el descrédito de los partidos políticos tradicionales. Una vez instalados en el gobierno -como hizo Chávez y comienza a hacer Evo Morales-, se inicia el apresurado desmantelamiento de las repúblicas por medio de lo que ahora, con cierta docilidad anglófila, llaman una «hoja de ruta». La secuencia es bien conocida: una nueva Constitución que desarbole la estructura republicana y concentre todo el poder político, económico y electoral en las manos del mandamás, mientras se refuerzan los organismos paralelos de intimidación: milicias, círculos o comités de apoyo, más otros siniestros grupos de «camisas pardas» que tienen como objeto intimidar y someter el rebaño a la total obediencia. Es la utilización de la democracia para terminar con la democracia.

No hay la menor duda de que este disparate acabará en el mayor de los desastres, pero tampoco de que, en lo que llega su hundimiento definitivo, numerosos países y millones de personas padecerán sus consecuencias. Si el socialismo del siglo XX costó cien millones de muertos, quién sabe cuántos costará el del XXI. Por lo pronto, como ya se observa en Venezuela, aumentarán la miseria, la crispación, la conflictividad y el alejamiento de los focos de desarrollo. Una o varias generaciones de latinoamericanos se ahogarán en ese viscoso torrente de saliva revolucionaria, en el que no faltará el componente racista del indigenismo. Progresivamente, cada vez será mayor la distancia técnica y económica que separará a grandes regiones latinoamericanas del primer mundo, acentuándose un proceso de descivilización que irá desgajando dolorosamente a esta región del tronco al que comenzó a pertenecer desde fines del siglo XV.

A menos, claro, de que surja una reacción enérgica y rápida para conjurar este peligro. Sólo que en esta oportunidad, al contrario de lo sucedido durante la Guerra Fría, como se trata de una catástrofe regionalmente localizada, un tsunami político ocurrido en la periferia, ni Estados Unidos, que está empeñado en otras batallas, ni Europa, y mucho menos los otros poderes planetarios, van a mover un dedo por quitarles de encima a los latinoamericanos una plaga que ellos mismos han cultivado irresponsablemente durante décadas.

¿Serán capaces los demócratas latinoamericanos de forjar un frente para conjurar el peligro? Si Felipe Calderón ganara las elecciones mexicanas, ¿tendría el valor de asumir una posición de liderazgo continental para enfrentarse a estos devastadores enemigos del progreso y del sentido común? ¿Podría el costarricense Óscar Arias, ahora a una escala mayor, repetir su hazaña de los años ochenta, cuando tuvo el coraje de enfrentarse a Washington, Managua y La Habana hasta pacificar la región y devolverles la paz y la esperanza a los centroamericanos y, de paso, ganar por ello un Premio Nobel? ¿Se atrevería Alan García a desechar totalmente la montaña de errores y horrores con que se nutrió intelectualmente en los años setenta para dedicar esta segunda oportunidad que le dará su país a fortalecer la libertad y la prosperidad en Perú y en América?
No lo sé. Pero es evidente que de nada vale anunciar que viene el lobo si alguien no está dispuesto a cargar la escopeta y salir a cazarlo.

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