giovedì, giugno 15, 2006

Con patria pero sin amo : Marti justificaria la represion?- cubaencuentro

Con patria pero sin amo

El Martí de Fidel Castro

El Martí de Fidel Castro. (RICARDO STUCKERT/AGENCIA BRASIL)

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El título de este artículo sale de los versos sencillos escritos y publicados por José Martí en 1891. Por aquella época vivía como exiliado en Nueva York debido a sus actividades a favor de la independencia de Cuba: "Yo quiero, cuando me muera, / Sin patria, pero sin amo, / Tener en mi losa un ramo / De flores, —¡y una bandera!".

Al retocarlos y citarlos literalmente me meto en un problema que va más allá de mi biografía personal y política. El poeta de estos Versos sencillos es el capital simbólico más fuerte del cual se valen varios grupos en pugna: el gobierno actual de mi país, al cual me opongo, y el de la disidencia y el exilio, de los cuales formo parte.

Me explico. Desde 1953, Castro viene repitiendo que el autor intelectual de su revolución es Martí. Dos prominentes intelectuales, Cintio Vitier y Roberto Fernández Retamar, por ejemplo, han elaborado ensayos para legitimar ese tipo de aserción política. Carlos Ripoll, Enrico Mario Santí y, recientemente, Rafael Rojas, desde la orilla de enfrente, cuestionan las lecturas de aquellos.

A través de Martí se discute la idea de Cuba como nación independiente y democrática. Un tema común logra producir fragmentos diversos y muy antagónicos a quienes nos llamamos cubanos de adentro y de fuera del archipiélago.

Sin polémica

Los debates no tienen lugar ni pueden tener lugar en el país reclamado, porque las autoridades sólo admiten la norma del partido único, la cual, según Castro y sus exegetas oficiales, es heredera excluyente del Partido Revolucionario Cubano fundado por Martí. El artículo cinco de la Constitución vigente (1992) señala:

"El Partido Comunista de Cuba, martiano y marxista-leninista, vanguardia organizada de la nación cubana, es la fuerza dirigente superior de la sociedad y del Estado, que organiza y orienta los esfuerzos comunes hacia los altos fines de la construcción del socialismo y el avance hacia la sociedad comunista".

A comienzos de los sesenta, existió una organización opositora, por consiguiente ilegal, llamada La Rosa Blanca, como la de los Versos sencillos: "Cultivo una rosa blanca, / En julio como en enero, / Para el amigo sincero / Que me da su mano franca / Y para el cruel que me arranca / El corazón con que vivo, / Cardo ni oruga cultivo: / Cultivo una rosa blanca". Durante los ochenta, conocí en la prisión al ingeniero Andrés Solares, condenado a ocho años de cárcel por tratar de crear una agrupación inspirada en las bases del Partido Revolucionario Cubano.

Por supuesto, la pugna no es por los versos. Sí puedo asegurar que casi todos mis compatriotas pueden recitarlos de memoria, en La Habana o Santiago de Cuba, Miami o Houston, Matanzas o Madrid. Constituyen el patrimonio común de los bandos en conflicto y el santo y seña de identidad del imaginario nacional de los de adentro y los de afuera.

Algunos de ellos los escuchamos en la canción cubana más famosa (Guajira guantanamera), por Joseíto Fernández y Celia Cruz, muertos en La Habana y en Nueva Jersey, respectivamente.

Por desgracia, la voz de Celia está prohibida en Cuba. El periódico Granma, órgano oficial del Comité Central del Partido Comunista, admitió en su obituario que fue una "importante intérprete cubana" y añadió: "Durante las últimas cuatro décadas se mantuvo sistemáticamente activa en las campañas contra la revolución cubana generadas desde Estados Unidos, por lo que fue utilizada como ícono [sic] por el enclave contrarrevolucionario del Sur de la Florida".

Martiano y contrarrevolucionario
A estas alturas se habrá podido comprobar que también soy martiano, pero de la tendencia Celia Cruz, es decir, contrarrevolucionario. Al menos así pensaron los funcionarios de la policía secreta que me arrestaron y los cinco jueces que emitieron y fundamentaron la sentencia número diecinueve de 1982, causa sesenta y tres de 1981, por haber cometido, en opinión de ellos, propaganda enemiga. Fui juzgado en la Sala de Delitos contra la Seguridad del Estado del Tribunal Popular Provincial de Ciudad de La Habana. El documento me define en los siguientes términos:

"… elemento enemigo ideológicamente del Socialismo y del proceso revolucionario que vive nuestra patria… se dedicaba a escribir materiales de contenido contrarrevolucionario, vejaminosos y denigrantes contra figuras dirigentes del Estado y del Partido Comunista de Cuba, e incitan contra el orden social, la solidaridad internacional y el Estado Socialista… que le fueron ocupados en su domicilio el día 13 [en realidad el catorce] de octubre de mil novecientos ochenta y uno… que no se han probado otros hechos que, digo, ni que ocurrieran en forma distinta a lo narrado… Fallamos: Se sanciona al acusado…como autor de un delito de Propaganda Enemiga, a CINCO AÑOS de Privación de Libertad…".

Mientras redactaba el párrafo anterior me dije: "Bueno, quizás alguien se pregunte: '¿Y qué tiene que ver esto con Martí y el asunto del exilio?'". Mucho, respondo. El preámbulo de la Constitución cubana de 1976 contiene esta cita del poeta: "Yo quiero que la ley primera de nuestra república sea el culto de los cubanos a la dignidad plena del hombre".

En 1870 fue condenado a seis años de presidio, con trabajos forzados "por insulto a la escuadra de gestadores del batallón de Voluntarios primero de Ligeros" y "por sospechas de infidencia". Sabía lo que le esperaba: "Voy a una casa inmensa en que me han dicho que es la vida expirar". Una vez excarcelado anotó: "El presidio mata lentamente, mata todos los días, mata a pedazos…".

Yo, que estuve allí por cuatro y medio largos años, puedo atestiguar que Martí no exageró al expresarse de manera trágica. Pregunto: "¿A qué Martí debemos acudir para justificar mi condena?". Para mí la respuesta resulta evidente: al construido por Castro y explicado por Vitier y Fernández Retamar.

El insilio

Al ingresar a la prisión la persona entra en contacto con la primera forma de extrañamiento con respecto del país del cual ha sido expulsada. Unos pocos ensayistas han bautizado esa experiencia fabricando un neologismo, insilio, es decir, estar dentro del territorio pero en condición de excluido, perseguido, silenciado, encerrado, juzgado, demonizado, socialmente muerto. Jorge Valls, quien pasó veinte años y cuarenta días detrás de los barrotes, ha explicado esta siniestra variante:

"Era la república de los presos… Éramos trogloditas desnudos en una caverna del siglo XX… Los presos a los que se separa del mundo, crean una cultura para ellos mismos, desarrollan un punto de vista propio… fue como abandonarnos al poder del espejo: nos convertimos en nuestro propio punto de referencia sin saber si 'yo soy yo o soy el otro'. Pasamos esos siete años [de 1970 a 1977] en un lugar solitario, donde se nos aisló del resto del mundo excepto de nosotros mismos y de los guardianes" (Veinte años y cuarenta días. Mi vida en una prisión cubana. Madrid: Ediciones Encuentro, 1988).

El aislamiento forzoso en el interior del propio país, crea y refuerza la idea de que en Cuba coexisten dos naciones, una oficial, que construye guarderías, escuelas, estadios deportivos, hospitales, corta cañas, baila, canta, produce azúcar, guerrilleros y gana medallas en los juegos olímpicos.

A su lado, aunque en la oscuridad y la mudez del insilio, se halla la oficiosa, saturada de cárceles y de campos de trabajo, donde se llevan a cabo ejecuciones mediante pelotones de fusilamiento, donde la gente construye balsas para fugarse por el Estrecho de la Florida o se esconde dentro de los trenes de aterrizaje de las aeronaves con el propósito de marcharse a velocidad supersónica, o se casa con turistas poniendo en práctica el internacionalismo erótico, o reuniéndose en grupos disidentes. Hay dos naciones, dos zonas de la realidad.

Granma no se entera de la otra, no quiere ni reconocerla ni hacerla pública, ni admitir la existencia obstinada de una otredad incómoda para el discurso del triunfalismo. Castro tiene muchos simpatizantes y militantes fuera de Cuba, incluso en la academia norteamericana, siempre prestos a denunciar al imperialismo norteamericano, a los "insiliados" y a los exiliados cubanos.

Aparte de presentarnos como lacayos de Washington nos niegan el agua, la luz y la condición de diáspora que rápidamente utilizan sólo para las víctimas de dictaduras de derecha. Al respecto, José Kozer ha declarado:

"Nosotros como cubanos de fuera…, hemos tenido que estar a la defensiva muchísimo tiempo. Ésa es una categoría. Yo nunca estuve a la defensiva, pero participé de un exilio donde fui el gusano, el sicario, el de derecha, bueno, todas esas categorías que nos embutieron, madre mía y su madre a los que nos las embutieron… (Una Cuba: cinco voces. Buenos Aires, Argentina: Tsé Tsé y Centro Cultural de España en Bs.As., 2005).

Una idéntica infamia

Obviamente, Kozer está indignado y de ahí el exabrupto en la parte final de su declaración. Está reaccionando contra una discriminación implacable, practicada desde hace casi media centuria y por el hecho de que él y tantos más proceden de un lugar donde, supuestamente, ejerce su poderío una "dictadura del proletariado".

Algunos "pichones de tirano", otra frase de Kozer en el texto, para mostrar posturas izquierdistas se dedican a injuriar a los cubanos de afuera y meterlos a todos dentro de un mismo saco asfixiante. Además de hacer un papelazo cometen un crimen inexcusable.

El narrador húngaro Imre Kertész, Premio Nobel de Literatura en 2002, quien estuvo preso en los campos de concentración nazi y vivió la experiencia del comunismo, ha dado sus opiniones sobre esta manipulación de los sufrimientos bajo sistemas represivos de diferentes pelajes políticos:

"¿Estamos tasando si la ración de pan era más pequeña en Ravenbrück o en algún campo del Gulag? ¿Si los expertos en sadismo entendían más de tortura en la Casa de la Gestapo de Prinz Regentenstrase o en la cárcel Lubianska de Moscú? Sería una conversación demasiado triste y al mismo tiempo totalmente infructuosa".

En el verano de 1987 tuve en La Habana una interesante y aleccionadora conversación con el desaparecido periodista y escritor argentino Jacobo Timerman, ex preso de las juntas militares. Escuché con pavor y rabia su terrible relato. Le conté el mío. Una vez que terminé dijo: "Nada, Rafael, no hay distinciones entre la policía que trabaja para una dictadura de derecha y la que lo hace para otra de izquierda. No se trata de profesiones distintas, sino de una idéntica infamia en ambos casos".

Sin embargo, desde que salí de Cuba en 1988 no me he topado con interlocutores como él, lo cual agrava mi condición de exiliado, pues la mayoría se resiste a creer los testimonios que doy. Enseguida me repiten los cuentos del deporte, la salud pública, la educación y el inminente desembarco de tropas yanquis.

Yo les replico apelando a ciertas interrogantes: "¿y el desayuno y el almuerzo y la comida? ¿Y la imposibilidad de fundar partidos de oposición?; ¿y la ausencia de medios de comunicación independientes?; ¿y la carencia de empresas privadas que impide la independencia económica del ciudadano frente al Estado?; ¿y la potestad que se da el gobierno para decidir qué cubano sale de o entra a Cuba?".

¿Agradecer al victimario?

Me he aburrido de esas conversaciones y polémicas tanto como se decepcionó Martí ante la falta de apoyo a los esfuerzos independentistas de los cubanos en el siglo XIX, por parte de la mayoría de los gobiernos hispanoamericanos y del norteamericano. Casi nadie quiso ni quiere escucharnos. Pocos son los latinoamericanos y europeos occidentales que reciben sin sospecha ni mala fe a los disidentes de Cuba.

Hasta he escuchado el siguiente consuelo: "Bueno, por lo menos estás vivo y saludable a pesar de la prisión. Además, ahora tienes un empleo universitario". ¿Se imaginan que alguien le hubiera dicho tamaña insensatez y estupidez a Castro después de ser excarcelado por Batista? ¿Cómo se habrían sentido los sobrevivientes de la Gestapo, de la KGB, de los Somoza, de Pinochet, de Mao, de Pol Pot, de Ceausescu, de Jaruzelski, de Duvalier, padre e hijo, de Trujillo y de Franco? ¿Puede alguien concebir cómo habría reaccionado Martí ante un comentario de tal naturaleza?

Parecería que uno debe de estar agradecido al victimario por habernos respetado la existencia a pesar de la injusta cárcel y las torturas, de obligarnos a ir al exilio por una temporada imprecisa, interminable y que para algunos ha sido definitiva, como lo prueban los fallecimientos recientes de Celia Cruz, Guillermo Cabrera Infante y Antonio Benítez Rojo.

Nicolás Guillén trazó en un par de poemas el perfil del exiliado antes y después de 1959. Primero cuando le tocó a él antes de que llegara el comandante en jefe: "Mi patria en el recuerdo / y yo en París clavado / como un blando murciélago. / ¡Quiero / el avión que me lleve, /con sus cuatro motores / y con un solo vuelo" (Exilio).

Una vez instalado en el cargo de presidente de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) cambió el tono triste y nostálgico por el del reproche contra quienes habían tomado el rumbo que antes él había cantado: "Tú que partiste de Cuba, / responde tú, / ¿dónde hallarás verde y verde, / azul y azul, / palma y palma bajo el cielo? / Responde tú /…Tú que tu lengua olvidaste, /responde tú, /y en lengua extraña masticas / el güel y el yu, / ¿cómo vivir puedes mudo? / Responde tú /…Ah desdichado, responde, / responde tú…" (Responde tú…).

Duro oficio

Precisamente la mudez se pierde en el exilio, pues desaparecen el temor a la represión y al control policial sobre las palabras, pensadas o pronunciadas, escritas o por escribir. La literatura deja de ser un ejercicio exclusivamente mental para convertirse en grafía libre, con la única consecuencia de provocar indiferencia o aceptación entre los lectores, cuyo acto más agresivo, en un contexto democrático, consiste en abandonar la lectura de los libros y dejarlos caer como ladrillos.

No obstante, en las dictaduras de derecha y de izquierda el lector parapolicial tiene prerrogativas sumamente peligrosas y dañinas para la salud de los escritores.

Por ejemplo, la poeta María Elena Cruz Varela fue asaltada y agredida en su casa, en 1991, a raíz de haberse manifestado en contra del gobierno. Unas doscientas personas, incitadas por la policía, irrumpieron en su apartamento en La Habana de donde la sacaron a la fuerza y la arrastraron por las escaleras mientras le gritaban: "¡Abajo los gusanos!". Se lanzaron disparos al aire. Luego le metieron en la boca papeles suyos mientras le decían: "¡Come, come tu cochina propaganda! ¡Que le sangre la boca, que le sangre!". Luego fue arrestada, enjuiciada y condenada a dos años de cárcel.

Qué duros oficios los del insilio y del exilio para parafrasear a Nazim Hikmet, sobre todo cuando se está casi huérfano de solidaridad. En su ensayo Nuestra América y la crisis del latinoamericanismo, Santí aborda el asunto en la época de Martí y en la presente:

"El hecho de que los contemporáneos iberoamericanos de José Martí nunca movieran un dedo para reconocer su derecho político a su país —como de hecho ocurre hoy cuando muchos de los descendientes de esos contemporáneos suyos le[s] niegan ese mismo derecho a cubanos exiliados, descendientes de Martí, a una tierra que no ha dejado de ser suya— no contribuye a hacer de esta recurrente situación algo justificado, racional, o deseado. Sólo lo convierte en algo mucho más triste, mucho más trágico, mucho más patético".

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