Logros cubanos: un falso
Ha trascendido en los medios informativos nacionales que el último reporte anual de la Organización Mundial de la Salud (OMS) arroja que Cuba es el país de América Latina con más alto promedio de vida (78 años), y según un dictamen del Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF), la única nación del subcontinente que no registra desnutrición infantil.
Aunque las autoridades cubanas han sido asumido estos datos como otro logro indiscutible, vale la pena analizar el trasfondo. De entrada, con respecto al promedio de vida —según la estadística fría— Cuba está relativamente cerca de la nación que ocupa el primer lugar: Japón (82 años). Esta información ha desatado el desenfreno de la tradicional autocomplacencia propagandística que caracteriza al gobierno cubano, pero llama la atención que hay otros países que le siguen en la lista, por ejemplo Chile y Costa Rica, ambos con 77 años de esperanza de vida, e incluso un tercer grupo, integrado por Argentina, Uruguay y Venezuela, donde alcanzan los 75 años de existencia como promedio.
La Habana —que hace muchos años asumió en exclusiva la responsabilidad de proveer las garantías sociales y de salud, lo cual implica un compromiso extremo en estas materias— puede atribuirse poco en el margen comparativo de los alcances logrados en estas ramas, porque la Cuba prerrevolucionaria estaba entre los primeros lugares del continente en estos renglones, a pesar de las carencias y lagunas de entonces.
Estas estadísticas son, por demás, no confiables, puesto que el gobierno mantiene control total sobre el sistema, pero también sobre la información: si no hay fuentes independientes de cobertura social, tampoco hay fuentes u observadores alternativos que garanticen la veracidad de los índices reportados.
Aun tomando como válido el mencionado índice promedio, basta con ahondar un poco y el balance no será tan favorable a las autoridades cubanas.
Ventaja pírrica
Llama la atención que Cuba aventaje por tan poco margen a naciones con una cobertura de salud diversificada y con segmentos de la población que por razones económicas, sociales y culturales no tienen acceso pleno y sistemático a un sistema de salud totalmente controlado y dirigido por el Estado.
Todo esto, a pesar de que el régimen encontró en 1959 niveles de salud y calidad de vida nada despreciables para la época (en algunos casos comparables e incluso superiores a los de algunos países europeos), y después estatizó el sistema de salud al ciento por ciento e implantó un sistema de atención y seguimiento territorializado que debe controlar estricta y cotidianamente la salud de cada ciudadano.
De cualquier manera, los ciudadanos que hoy se cuentan en las estadísticas por su persistente ancianidad son personas nacidas, formadas y llegadas a la madurez física antes que llegara al poder dicho régimen, que dura ya casi medio siglo.
Los resultados prácticos de estos últimos años son visibles: consuetudinario desbalance alimentario, pésimas condiciones higiénico-epidemiológicas, deplorable sistema de atención hospitalaria —no por gusto existe el abochornante apartheid médico a favor de los extranjeros y la nomenclatura— y altas cuotas de estrés en la vida cotidiana de todos los ciudadanos.
¿Cómo explicar, por ejemplo, que Venezuela —país que ha requerido en los últimos años la invasión de miles de médicos, técnicos y asesores de salud cubanos y cuenta con grandes enclaves de marginalidad, comunidades indígenas y recónditos asentamientos poblacionales— exhiba un promedio casi similar al de la Isla?
Al analizar este "nuevo logro" con perspectiva histórica, se puede concluir que después de varias décadas de conmociones sociales, políticas y humanas el pueblo cubano ha pagado un precio muy alto para sacar tan escasa ventaja a otros países de la región que no han sufrido el rosario de despojos, represiones y desencuentros que han calado tan hondo en el cuerpo y el espíritu de la nación cubana.
Alimentación: motivo de inquietud
En cuanto a la mencionada vanguardia continental en los índices de nutrición infantil, con independencia de los parámetros y referencias que se hayan utilizado para hacer la valoración y la ventaja que otorga al gobierno cubano el ya disminuido e insuficiente sistema de alimentación básica garantizada, el país exhibe deficiencias y retrocesos considerables que el control, la omisión o la manipulación de la información no pueden esconder.
La profunda crisis económica que el pueblo sufre desde principios de los años noventa, motivada por el derrumbe de los subsidios soviéticos, los efectos del control estatista de la producción, la distribución y el comercio, y la persistencia del gobierno en no liberalizar la economía, ha provocado la reducción galopante de la canasta básica, la permanente escasez de productos alimenticios y los inaccesibles precios que convierten la alimentación diaria de la familia en un permanente motivo de inquietud y preocupación.
No cabe duda de que es ciertamente encomiable que La Habana haya garantizado por tantos años diariamente la leche a los niños hasta los 7 años. No se sabe cuántos gobiernos en el mundo son capaces de ofrecer "tanto"; pero es tan inexplicable como absurda la persistencia en imponer un monopolio de la incapacidad que niega a la sociedad (entiéndase productores no estatales) el espacio y el respaldo que puede ayudar a cubrir las necesidades por tanto tiempo insatisfechas.
En Cuba se manifiesta una especie de determinación que parece decir al ciudadano: "o te lo doy yo, o no recibirás nada".
El hecho concreto es que La Habana ha logrado mantener ese control político y económico que tanto parece interesarle, pero no ha encontrado respuesta a la carencia y los altos precios de los más codiciados renglones alimentarios, ni solución al retraso productivo y el deplorable estado de la red estatal de establecimientos comerciales y gastronómicos.
Sin soluciones
A lo largo de los últimos tres lustros esta realidad ha generado serios y extendidos déficits y desequilibrios nutricionales, así como la considerable disminución del consumo per capita de proteína animal y calorías en general, lo cual ha provocado fenómenos de tanta gravedad como altos índices de amenaza y ocurrencia de aborto espontáneo, bajo peso al nacer, y la mengua de la talla y el peso del cubano promedio. Esto puede apreciarse en el somatotipo de los atletas de alto rendimiento o en la complexión física de los adolescentes y jóvenes.
Sin dar cuentas ni información, como casi siempre, hace pocos años las autoridades se vieron obligadas a realizar un profundo estudio sobre la condición física y nutricional de niños y adolescentes, que según trascendidos oficiosos arrojó resultados preocupantes, sobre todo en algunas regiones del país.
Las medidas de urgencia que el gobierno tomó al respecto, sin asumir responsabilidades ni promover las necesarias transformaciones estructurales, poco pueden aportar a la solución de un problema de graves repercusiones para el presente y el futuro de Cuba.
La propaganda oficial y las estadísticas frías pueden decir lo que deseen, pero ni las desfasadas y esquemáticas comparaciones de los organismos internacionales, ni la incontestable manipulación informativa de las autoridades cubanas pueden crear las condiciones sociales y económicas que garanticen la salud y el bienestar material y espiritual de los ciudadanos de hoy y mañana.
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