venerdì, giugno 02, 2006

Fantasia Roja - Entrevista a Iván de la Nuez

«La intelectualidad cubana es decimonónica»

El escritor Iván de la Nuez, durante la presentación de 'Fantasía Roja' en Barcelona

El escritor Iván de la Nuez, durante la presentación de 'Fantasía Roja' en Barcelona.

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Iván de la Nuez acaba de publicar el libro Fantasía roja. Los intelectuales de izquierdas y la Revolución cubana y, casi simultáneamente, ha inaugurado, junto a los artistas Carlos Garaicoa (cubano) y Daniel G. Andújar (español), un ambicioso proyecto multimedia llamado Postcapital, en el Palau de la Virreina, en Barcelona.

De la Nuez es autor de otros títulos, como La balsa perpetua (1998) y El mapa de sal (2001), y ha sido comisario de exposiciones colectivas de gran envergadura: Cuba: la isla posible (1995), Inundaciones (1999), Parque Humano (2001) y Banquete. Metabolismo y comunicación (2003). Sus inquietudes le han llevado, además, a editar las antologías Paisajes después del Muro (1999) y Cuba y el día después (2002), y a transitar por el ensayo y la cultura visual, mezclando a menudo ambos campos.

Hablar de Fantasía Roja es como darse un lingotazo de whisky o ron con Marx, Althusser y Sartre en un bar de Lavapiés en Madrid. Conversar, en este lado de la orilla, sobre lo que muchos representantes de la izquierda contemporánea europea han pensado (y piensan) respecto a la revolución cubana en sus más de 47 años de existencia. Formas de ver la revolución que acaban por convertirse, bajo sus singulares prismas, en una construcción imaginaria a la que de tarde en tarde —y según el estado de la marea revolucionaria— se van incorporando o restando incesantemente muchas más oleadas.

Fantasía Roja teje este muestrario de visiones y posturas de la intelectualidad europea hasta conformar un rosario que habla por sí solo del voyeurismo, de la cómoda pasividad y de las peligrosas connotaciones que implica hablar en nombre de, o por otros, y que hacen del sujeto de la revolución un objeto para sus respectivos relatos ideológicos.

En este ensayo, De la Nuez hace de su escritura —una prosa desenfadada, chispeante e imaginativa en las contraposiciones semánticas de las palabras— una reflexión sobre su condición como intelectual de izquierda en la era postcomunista. El cambio de narrador, desde las cuatro primeras partes del libro (en tercera persona) a la quinta (en primera), aporta al discurso un horizonte casi performático, en la medida en que la narración comienza a intervenir como auto-buceo que reconoce el desgarramiento de la no pertenencia a ninguno de los asideros ideológicos que la izquierda convencional plantea en estos momentos.

La metáfora de los viejos coches norteamericanos remendados con piezas soviéticas, renqueando por las calles de La Habana —no menos vieja y destartalada—, puede ser quizás la imagen más despiadadamente certera para un cuerpo intelectual de izquierda, cuya matriz ha sido extirpada definitivamente y que para seguir en el camino, habrá de contener a cada momento las hemorragias internas o externas que la existencia impone.

Pero, asimismo, es despiadada consigo misma la respuesta automotriz que el autor ofrece, al revés, cuando se equipara en la actualidad con aquel Trabant fabricado en la Alemania comunista y que ahora apuntala con piezas del capitalismo para seguir caminando. Para ello asume, entre otros, a Slavoj Zizek, pensador postcomunista esloveno, y un mapa individual con las potencialidades que se pueden percibir en "el goce como factor político".

A ello podríamos agregar otros muchos goces individuales que pueden provocar una bacanal política. Este es tal vez el punto donde el autor se desmarca más singular e imaginativamente de la izquierda tradicional. Así, en un bar hipotético de un barrio berlinés, prepara un encuentro imaginario en el que entre cervezas, conversaciones, risas y humor lascivo, desfilan Marx y Lafargue, Greene y Debray, Vázquez Montalbán y Oliver Stone.

En realidad, como dice De la Nuez, "la lista nunca es fija, crece o disminuye según la intensidad de la conversación, la capacidad de asimilación del alcohol y de los compromisos diversos de estos personajes".

¿Por qué 'Fantasía Roja'?

Fantasía Roja es, por una parte, un título que tiene que ver con una construcción imaginaria de la realidad como es la fantasía. Por otra, es roja porque tiene el color del comunismo y de la revolución, de la izquierda y de la revuelta, que tanto han descrito y propuesto los filósofos, novelistas, músicos y cineastas glosados en este libro.

Creo que, en este sentido, eso es lo fundamental. Y aclaro que la palabra fantasía no la trato en términos peyorativos, sino como método constructivo de una realidad. Es decir, la fantasía es un modo de armar la realidad y hasta de lidiar con ella. Esto es algo que ya había visto Freud en 1907, cuando estudió una novela de Jensen titulada La Gradiva. Allí, él descubrió que a los escritores y a los artistas, cuando crean sus obras, les pasa lo mismo que a un niño cuando juega: se toman en serio una realidad inventada.

¿Qué le hace elegir la izquierda europea en su visión de la revolución cubana?

Me he fijado en la izquierda europea, y algo también en la norteamericana, porque vive instalada en eso que alguna vez se llamó "primer mundo". Me interesaba esa figura de la utopía en la que se convertía Cuba para ellos: una isla lejana en la que proyectar sus sueños pero de la cual regresar, como cualquier turista, a una vida cómoda.

En esta dirección, me he tropezado con algunas constantes, como son la confirmación, la celeridad, la distancia y la discriminación. Confirmación de una revolución triunfante allí donde otras fracasaron. Celeridad por el poco tiempo que han necesitado estos autores para pontificar sobre un proceso complejo como es el de la Revolución Cubana. Distancia por la seguridad de saber a resguardo, desde este mundo lejano, su pasión revolucionaria. Discriminación por el segundo plano en el que suelen aparecer los cubanos en todo esto.

Hay que recordar que muchos de estos intelectuales narran, filman o fotografían algo que quizás le hubiese correspondido a un cubano, pero que ese cubano, que vive allí, generalmente no puede hacer. Además, ellos lo hacen con un éxito mayor que el que pueda tener cualquier cubano de allí por estar inmersos en el centro mismo del circuito comercial de la cultura. Se percibe ahí un punto de marginación, puesto que los cubanos lo que ponen es el paisaje, un telón de fondo, algunos coros, pero casi siempre las voces principales son las de estos intelectuales.

¿Cuáles fueron los imperativos de 'Fantasía Roja'?

La verdad es que me interesaba mostrar cómo Cuba se convierte en un argumento para enfrentarse al mundo occidental y capitalista desde un punto de vista revolucionario. Dicho de otra manera, para la izquierda europea Cuba se comporta como una construcción ideológica anticolonialista, antiglobalización y anticapitalista que supera los propios límites cubanos. Así como la pipa de Magritte no era una pipa, sino su representación, Cuba no es sólo Cuba en estos casos.

Por otra parte, quería valorarlos como una parte de la cultura cubana durante el período de la Revolución. Aquí tampoco soy original y de alguna forma los trato como Lezama Lima a Cristóbal Colón (llegó a definir el Diario de Navegación como el primer texto poético cubano) o como hizo el Grupo Orígenes con María Zambrano (a quien asumió como propia).

¿No resultan problemáticas estas asociaciones para las ideas del libro antes apuntadas?

Lo que quiero decir con ello es que, en buena medida, no se puede entender la Revolución Cubana sin la aportación mitológica y simbólica que han hecho muchos de estos autores. Si esto resulta problemático es que estoy haciendo bien mi trabajo como ensayista. Quiero jugar a incorporarlos a la cultura cubana y además me gustaría también a incorporarlos a los avatares que representa ser cubanos (aunque esto último no está en mis manos, sino en sus conciencias).

También, los valoro, en un momento dado, como una fracción en la historia del neocolonialismo. Sé que esto ya les gusta menos, pero mi rasero para llegar a esta conclusión no está en la derecha sino en Orientalismo, de Edward Said, o en el Discurso de Argel, del Che Guevara. Y provenir de la izquierda, para esa visión que yo relato en el libro, no es un atenuante, es un agravante.

Por último, he querido situar mi libro, ideológicamente, como una polémica dentro de la izquierda. Ahora bien, sé que muchos de estos titanes de la revolución no admiten mis puntos de vista y no me darán cuartel en esa zona de la ideología. ¿Qué le vamos a hacer? Yo sólo les recuerdo que quien mejor define quién es o no de izquierdas es la derecha, y ahí es más que evidente que yo no estoy y que tampoco me quieren.

Otra cosa es el respeto y la amistad que me merece mucha gente y lo necesarios que encuentro sus aportes, sean de derechas, anarquistas, libertarios, marginales o comunistas. La vida es demasiado compleja, y demasiado corta, como para ir por ella pidiendo carnés o pasaportes.

En este punto, ¿cómo se puede ser progresista, cómo se puede ser de izquierda?

Cuando el sistema comunista fue derribado junto al Muro de Berlín, se abrió una maravillosa posibilidad (al menos en Europa, que es donde vivo) de avanzar en un pensamiento crítico sobre el capitalismo, sin que ello remitiera a una identificación con el Estado, la represión y, en definitiva, con el Gulag. Creo que es una buena posibilidad que tenemos como generación, incluso aquellos que hemos crecido en el comunismo.

Con la caída del Muro de Berlín, ser de izquierda, en Europa, no te remite a un Estado totalitario y esa situación me parece un alivio. De cualquier manera, reivindico una especie de izquierda que se nutre de pensadores algo laterales e incómodos para la ortodoxia, como Lafargue, Russell, Blanchot o Zizek, y que intenta golpear en la moral anquilosada de este sistema de costumbres que vivimos en Occidente (con una laicidad siempre en peligro bajo el amparo de la corrección política y del consenso).

En esa cuerda, parto de la base de que quizá la revolución no sea ya transgresora, pero la transgresión sí que puede ser, en un momento dado, revolucionaria.

¿Dentro de la izquierda europea habría sido posible una posición diferente a la que refleja 'Fantasía Roja'?

No sólo ha sido posible, sino que ha existido. Lo que pasa es que no ha sido la más dominante, ni tampoco la más influyente. Yo hablo de Juan Goytisolo y su apoyo a Reinaldo Arenas, o incluso del mismo Julio Cortázar y su denodado esfuerzo, desde París, por la publicación de Paradiso.

También atiendo a un grupo importante de la izquierda europea más reciente, que no tiene inconveniente en criticar los excesos de la Revolución Cubana y que, al mismo tiempo, no tiene esta proyección fantasiosa que intento plasmar en Fantasía Roja. Pero estas actitudes no han sido el objeto de mi libro.

No me interesaban tanto los puntos de ruptura como los de continuidad. Por eso tampoco me detengo en el caso de Hemingway, porque si bien él realizó una obra ideológica y una intervención práctica en el frente durante la Guerra Civil Española, no puede decirse que hiciera lo mismo con respecto a Cuba. La Isla era para él un lugar donde pescaba, descansaba, bebía y escribía, pero no tenía mucho que ver con sus avatares ideológicos.

Incluso cuando él se encuentra con Fidel, no es en el terreno de Fidel, sino en el terreno de Hemingway, navegando por el mar y pescando agujas. Por eso, no es que no existan otras izquierdas, existen y yo las menciono en el libro. Pero a mí me interesaba reflejar ese punto donde confluye una mezcla de ingenuidad, de pasión y fantasía que produce esta construcción mitológica de la que habla Fantasía Roja. O sea, Cuba casi como fetiche.

Desde el punto de vista de la escritura, ¿cómo resuelve las dos corrientes de pensamiento que habitan en 'Fantasía Roja': la pasión por las ruinas iniciada por Graham Green y la pasión por el fuego que inicia Sartre?

El libro tiene como encrucijada inicial aquella frase de Walter Benjamín, que decía que lo importante no es la ruina, sino el fuego. Por eso Graham Greene (la pasión por la ruina) y Jean-Paul Sartre (la saga del fuego), con sus respectivos seguidores, mantienen la tensión durante casi todo el ensayo.

En el sentido de la escritura, te diría que Fantasía Roja es una especie de novela familiar, con una familia singular que atraviesa medio siglo pasándose una herencia y peleando por ella, con sus trampas, rencores y convencimientos de quiénes son los más adecuados para apropiársela.

Pero esa línea no es más que la justificación para llegar a Berlín, al último capítulo, que es donde tiene lugar mi revancha. Como diciendo a estos intelectuales que viajaron al que fue mi mundo, hablaron y pensaron sobre él, que ahora hace quince años que vivo aquí, en el mundo de ellos, y me siento con autoridad para hablar de sus sueños y, sobre todo, para fijar los míos.

Y todo eso en una ciudad como Berlín, que, como sabes, encarna en gran medida el fin del imperio comunista pero también la esperanza de una ciudad creativa todavía no estandarizada ni normalizada según los cánones neoliberales propiamente dichos.

No olvidemos que el mismo año que cae el Muro (1989), surge la expansión de Microsoft. Ambos hechos marcan de modo muy importante el surgimiento de una sociedad con un concepto del trabajo, y un uso del tiempo y el espacio, muy distinto al que habíamos conocido hasta entonces.

Por ejemplo, la diferencia entre fin de semana y el resto de la semana, entre hogar y centro de trabajo, entre el día y la noche, entre el espacio social y el privado, comienza a diluirse en esta nueva situación. Creo que a partir de estos cambios es que debemos comenzar a valorar las cosas.

¿Cree que la intelectualidad cubana ha tomado nota de estos cambios?

Creo que la intelectualidad cubana tiene una pulsión y una pasión decimonónica tremenda. Para ser un buen intelectual cubano, tienes que ser un gran intelectual del siglo XIX, con todo lo que eso implica de connivencia con los poderes políticos del asunto cubano y sus alrededores, con todas las complicidades y todos los rituales de un despliegue intelectual que confiere poder político y de unos poderes políticos que premian las lealtades intelectuales. Y esto vale para la Isla y para el exilio.

El caso es que mi sueño no es ser un gran intelectual del siglo XIX, mi fantasía es ser un pequeño intelectual del siglo XXI. Desde que publiqué en Cuba mi primer ensayo, hace casi veinte años, hasta ahora, puedo mirar mi trabajo sin vergüenza política y puedo ir por el mundo sin necesidad de hacerme un lifting ideológico.

Aquí afuera lo mismo, no tengo una agenda política que ofrecer ni a la que sumarme, y no pertenezco a ningún grupo, partido u organización. Soy un marxiano (por Marx) y un marciano (por Marte), y así me siento bien. Tampoco voy diciéndole a nadie lo que debe o no hacer, porque mi trabajo se reduce a situarme en el mundo y a valorar algo tan denostado por los Estados comunistas y por el mercado omnipresente del capitalismo: el experimento de la individualidad.

Esa es también la forma en que abordo el ensayo, y tiene que ver con el significado que tiene esta palabra en el teatro. En el teatro, el ensayo es algo previo a la función, es algo que se va armando, pero que no es la función final. Así es como me gustaría que se leyera Fantasía Roja, exactamente como el experimento imperfecto de un ínfimo sujeto del siglo XXI, para el cual Sloterdijk y Blanchot, Graham Greene y David Byrne, Sartre y los Simpsons, la rapsodia y el rap, son igual de necesarios y prescindibles.

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