¿Ordenó Castro el asesinato de Kennedy?
El documental alemán 'Cita con la muerte' reabre la pista cubana sobre el magnicidio de Dallas.
El asesinato de John Fitzgerald Kennedy, uno de esos ambiguos iconos del siglo XX que la derecha aborreció en vida y la izquierda reclama a título póstumo para su panteón, es un tema pasional. Dos semanarios alemanes de gran tirada —Der Spiegel, haciéndose eco del Frankfurter Allgemeine Zeitung, y Die Zeit— fueron los primeros en reseñar la cinta sobre el tema, Cita con la muerte —de excelente factura, por cierto—, en sendos artículos contrapuestos.
Entretanto, la disputa se ha extendido a los medios de difusión de Estados Unidos, donde se teme que catalice una reapertura del caso, con Cuba en la mira, y el diario oficial cubano Granma ha rebatido las graves imputaciones del realizador alemán con dos extensos artículos.
Wilfried Huismann, el director de Cita con la muerte, es un observador imparcial y, a la vez, un latinoamericanista de fuste que ha estado al menos 20 veces en Cuba y tiene en su haber un película sobre el Chile de Allende. Y es que este intelectual de izquierda perteneció al Movimiento de Solidaridad con Cuba en Hamburgo, del que sólo se distanció a medias a raíz del Período Especial, cuando La Habana desautorizó cualquier variante de "solidaridad crítica" en favor del apoyo incondicional en el extranjero.
Todavía en Querido Fidel (2000), Huismann traza un retrato antipático del exilio cubano (Orlando Bosch, Díaz Lanz, etcétera) en el que se percibe sus simpatías con el castrismo.
Mucho que pensar
Sobre los presuntos instigadores del magnicidio de Dallas, se siguieron en caliente varias pistas: la mafia norteamericana, una conspiración de la CIA-FBI, grupos ultraconservadores del sur de Estados Unidos, exiliados cubanos de línea dura en la Florida, el gobierno comunista de la Isla...
Para matar a Kennedy, todos ellos tenían razones de peso que, por harto conocidas, no abordaremos aquí. En cambio, ya se han despejado las dudas sobre la autoría material del crimen: aquel fatídico 22 de noviembre de 1963, en Dallas, los proyectiles magnicidas partieron exclusivamente del fusil de Lee Harvey Oswald.
Al aceptar esta premisa, Huismann debía admitir por fuerza que, si en efecto hubo un complot, debió de haber sido urdido por aquel presunto instigador con más afinidad con Oswald, quien, como bien intuyeron los soviéticos, encarnaba al clásico psicópata pequeñoburgués de extrema izquierda.
Contra lo sugerido por el general Fabián Escalante, un samurai de la revolución mundial como Oswald, que se inició como terrorista con un disparo de precisión que rozó la cabeza de un general segregacionista, sólo podía entrar en tratos con la CIA-FBI y/o el exilio duro de Miami en el rol de agente del G2. Huismann relanza la hipótesis de que el magnicidio de Dallas fue el desenlace de un tácito showdown entre Kennedy y Castro. Sin ser concluyente, una pretensión imposible dadas las circunstancias, la película da mucho que pensar.
La idea del filme surgió cinco años atrás a propósito de un comentario que le hace al autor el agente del FBI James Hosty, uno de los interrogadores de Oswald, durante las investigaciones para el documental Querido Fidel, cuyo argumento es el fugaz romance entre Fidel y la joven alemana Marita Lorenz. Luego, la Lorenz se vinculará a la CIA y al exilio duro miamense, y protagonizará un fallido complot para envenenar al Comandante. Según Hosty, Oswald sólo habría vacilado ante la pregunta acerca de los motivos de su estancia en Ciudad México.
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