martedì, gennaio 10, 2006

Gerardo REYES - Las Cabañitas: un infierno cubano

Las Cabañitas: un infierno cubano
GERARDO REYES
El Nuevo Herald

A Nelson Rodríguez Diéguez le ofrecieron sus verdugos la posibilidad de rezar un Padrenuestro antes de morir ahorcado con una soga al cuello.
''Si crees en Dios, en ése que tú crees, reza para que te salves'', recuerda que le dijo uno de los guardias.

El agente de Seguridad del Estado comenzó dos veces la oración para que la víctima lo secundara, pero Rodríguez decidió adelantar su muerte y se lanzó de la silla a la que lo habían subido desnudo con un capuchón en la cabeza.

El prisionero político de 22 años cayó en el piso y supo que estaba vivo porque en el golpe se arrancó de raíz una uña del pie y escuchó las carcajadas de los guardias. La soga no había sido atada en el otro extremo.
''Me zumbé porque yo sabía que si me tiraba me mataba de un viaje'', explicó Rodríguez. ``Yo me tiré para ahorcarme rápido, me caí y se me cayó una uña. Me sacaron, yo iba regando sangre. Uno no piensa nada cuando lo van a matar, uno queda en blanco''.

La broma siniestra, al mejor estilo de la prisión iraquí de Abu Ghraib, según Rodríguez, ocurrió en Cuba en 1962 y fue sólo uno de varios sistemas que la inteligencia cubana utilizaba para doblegar emocionalmente a los enemigos de la revolución naciente.

Durante 120 días, Rodríguez fue uno de los inquilinos forzados de Las Cabañitas, o el Punto X, como se conocía una casona de campo situada probablemente a unos 10 kilómetros de La Habana que fue convertida por la Seguridad del Estado en una industriosa estación de violentos interrogatorios.

Cada habitación, cada cochiquera, cada caballeriza, el sótano, la piscina y hasta el aljibe, toda la hacienda que un día perteneció a una familia acomodada, fue transformada en una prisión de reblandecimiento sicológico y sistemático de los detenidos, explicaron a El Nuevo Herald algunos de los que estuvieron detenidos allí.

Lo que ocurrió en este lugar, según ellos, es un episodio olvidado de la historia tantas veces descreída e ignorada de la tortura en Cuba en los albores del triunfo de la revolución.

La tortura en la isla era refinadamente sicológica, invisible, aunque su secuela de turbación es similar a cualquier descarga eléctrica, dijeron.
''Era tortura sin sangre'', explicó Enrique Cepero, odontólogo de Miami, quien fue interrogado en este lugar acusado de recibir armas de Estados Unidos para el Movimiento de Recuperación Revolucionario (MRR).

Algunos de los prisioneros narraron cómo fueron sometidos a otras ejecuciones falsas y a un régimen de frío, hambre y terror en el que perdieron la noción del tiempo. Sus interrogadores buscaban desesperadamente los nombres de los compañeros de conspiración y las conexiones con la Agencia Central de Inteligencia (CIA), patrocinadora de algunas de sus operaciones.

Otro de los peores momentos de su estadía en Las Cabañitas, recordó Rodríguez, fue el día en que a los guardias se les ocurrió descolgarlo con un soga hacia la profundidad del aljibe de la finca con la advertencia de que en el fondo había un pozo de pirañas.

La angustia, explicó, no sólo era lo que podría encontrar al final, sino que a mitad del recorrido se quedó sin aire. A los pocos minutos, cuando temían que podría desfallecer, los guardias lo halaron a la boca del aljibe.
Durante sus 47 años en el poder, Fidel Castro ha insistido en que en Cuba jamás ha habido una sola víctima de tortura y ha retado al mundo a que encuentre la más mínima evidencia del fenómeno. En diciembre del 2004, ordenó instalar una enorme valla frente a la Sección de Intereses de Estados Unidos en La Habana con fotografías de las torturas en Abu Ghraib y la palabra ''Fascistas'' en un extremo.

''¿Quién de nosotros, quién de ustedes, cuál de nuestros compatriotas admitiría tranquilamente la historia de un solo ciudadano torturado, a pesar de los miles de actos de barbarie y de terrorismo cometidos contra nuestro pueblo?'', preguntó Castro en noviembre del año pasado en la celebración del 60mo. aniversario de su ingreso a la Universidad de La Habana.

La respuesta está a este lado del mar Caribe. Los cubanos entrevistados consideran que el tratamiento que recibieron en las prisiones cubanas fue mucho más brutal y despiadado que el régimen de Abu Ghraib.
''Ojalá me hubieran torturado como a los presos de Abu Ghraib poniéndome un blumer en la cabeza'', comentó Laureano Pequeño, otro de los presos de Las Cabañitas.

De un promedio de 65 años, los ex prisioneros son parte de una generación de universitarios que lucharon contra la dictadura de Fulgencio Batista y años más tarde, desilusionados con Castro, decidieron conspirar contra el régimen.

Casi todos eran muchachos ''bitongos'' -- de familias acomodadas -- inmaduros políticamente pero con una gran sensibilidad ante la injusticia.
A finales de 1961, el grupo fue infiltrado. Uno por uno cayó arrestado. Después de cumplir de 10 a 15 años de prisión, y gracias a un acercamiento con el gobierno de Castro promovido por el presidente Jimmy Carter, varios salieron hacia Estados Unidos donde creen que viven también quienes los delataron.

Los ex prisioneros, pertenecientes al Directorio Estudiantil Revolucionario (DER) y al Movimiento 30 de Noviembre, relataron a El Nuevo Herald, paso a paso, el procedimiento al que fueron sometidos por lo menos 45 de su grupo en Las Cabañitas, cuando la revolución no tenía más de tres años.
El viaje comenzaba generalmente en Quinta y Catorce, entonces sede de la Seguridad del Estado (G2), en La Habana, donde eran puestos en un jeep con los pies de sus captores sobre la espalda, bocabajo, y los ojos vendados.

En el camino los guardias se encargaban de recordarles que casi nadie regresaba vivo de Las Cabañitas.

Alrededor de 20 minutos más tarde llegaban a una casa intermedia de una zona semirrural, de donde eran transferidos a un camión de la Lechería Punta Brava o a una furgoneta que finalmente los transportaba al Punto X. Cuatro décadas después, para algunos de lo prisioneros el tintineo de las cantinas de leche cuando golpeaban unas con otras por el camino hacia la finca, suena hoy a campanazos de sepelio.

Nadie sabe a ciencia cierta dónde estaba situado el lugar. Podría ser en algún paraje del municipio de Wajay, a unas 10 millas de La Habana, cree Juan Valdés de Armas, ex miembro del ejecutivo del DER interrogado en Las Cabañitas.

Algunos de ellos coinciden en que muy cerca pasaba un ferrocarril, quizás el que llevaba caña al Central Toledo. Valdés cree saber dónde estaba la finca porque un día, ya libre, tuvo que pintarla, y Cepero sospecha de su ubicación porque varias veces desde su celda escuchó el claxon con notas musicales de un jeep de un amigo que tenía una hacienda en la zona.
Al llegar los desnudaban -- aunque a algunos los dejaban en calzoncillos o les entregaban un overall -- y los confinaban a los cuartos de la hacienda, incluyendo un par de construcciones situadas frente a la piscina y llamadas ''las burguesitas'' por los guardias.

En Las Cabañitas, cuyo diminutivo siempre les pareció un chiste cruel, los esperaba un equipo de interrogadores y dos perros rabiosos. Uno de los perros se llamaba Atila y a uno de los interrogadores le decían Venturita, en memoria de uno de los más sanguinarios torturadores del régimen de Fulgencio Batista.

''La luz del bombillo de la habitación jamás era apagada'', recuerda Raoul Cay Gispert, quien estuvo preso en el lugar con su padre, Raoul Cay Hernández.

''Tenías que dormir desnudo sobre un piso mojado, que alguien mojaba porque el agua no caía del techo'' agregó.

Cay Gispert, quien militaba en el ejecutivo del DER, explicó que a los pocos días de llegar al lugar se perdía la noción del tiempo. Las ventanas estaban cubiertas con láminas de madera y las comidas eran servidas en horarios imposibles de prever.

''Un día te daban el desayuno y una hora después el almuerzo y a las tres la comida, y al día siguiente te daban sólo una comida'' explicó Cay Gispert. ``Cada comida cabía en el cuenco de la mano''. Según el dentista Cepero, no eran más de 700 calorías al día, lo mínimo para sobrevivir.

Cay Gispert fue un entusiasta defensor de la revolución de Castro. Al lado de sus mejores amigos, los hermanos gemelos Tony y Patricio de la Guardia, este último oficial del G2, conoció a los grandes líderes del gobierno revolucionario y sacó provecho de un cómodo empleo como inspector del ayuntamiento de La Habana. Cay Gispert, entrenador de remo, vivía en la misma casa con los gemelos.

Pero un día los ideales se le derrumbaron, relata. Un ahijado de su padre, quien había sido ''casquito'' [soldado] de Batista le mostró las marcas que le dejaron en el cuello ''gente de la Seguridad'' con un soga que le pusieron para levantarlo poco a poco hasta dejarlo al borde de la asfixia en un procedimiento que repitieron varias veces.

''Yo no podía creer eso. El hombre nuevo de la revolución no tortura'', dijo.
Otras injusticias lo convencieron para empezar a conspirar en 1961 con el DER.

El salón de interrogatorios de Las Cabañitas estaba en el segundo piso de la construcción. Desnudo, frente a la pared y al lado de una camilla de enfermería, el preso era sometido a largos interrogatorios hechos por personas que parecían tener entrenamiento en el oficio.

Rodríguez, quien militaba en el Movimiento 30 de Noviembre, sostiene que en ese lugar le pusieron bloques de hielo en la espalda y lo interrogaban con los brazos hacia arriba.

''Un día perdí el conocimiento, caí de frente al piso porque no resistía más estar con los brazos arriba ni más interrogatorios'', dijo Rodríguez.
En el sótano de la finca, cuyo piso estaba inundado, los guardias instalaron un poderoso aire acondicionado. El lugar alcanzaba temperaturas de congelamiento. Allí fueron enviados varios prisioneros.

''Fue tal vez lo peor para mí'', dijo uno de los ex presos que pidió no ser identificado. ``En el punto en el que ya me privaba por el frío, apagaban el aparato y cuando ya recuperaba la conciencia volvían a prenderlo''.
Pequeño tuvo una experiencia similar.

Cuando los interrogadores perdían la paciencia por el silencio del detenido, afirma Cepero, 'sacaban sus pistolas `estrellas rojas', que eran las que le daban a los oficiales de más alta graduación y te la ponían al frente y gritaban que te iban a matar ahí''.

A menudo las latas que les entregaban para orinar no eran suficientes y los presos debían orinar en el piso de la celda sobre el cual tenían que dormir. A defecar los llevaban encapuchados. En el trayecto era común que los guardias gritaran repentinamente que los perros estaban allí sueltos y podían atacar.

''Y uno desnudo, con la cabeza cubierta, se detenía, quedaba congelado mientras sentía a los perros gruñendo y respirándole por las costillas'', relató Pequeño.

''Yo te digo que las torturas más horrorosas que tú te puedes imaginar son las que hicieron ellos y sin embargo no te dieron ni un puñetazo ni un trancazo con un palo'', agregó Rodríguez.

``A usted lo tienen en un lugar así, desnudo permanentemente y durmiendo sobre un piso húmedo, más de 50 días. Era piso pelado, tienes sed permanentemente, tienes hambre, tienes frío permanentemente y te interrogan día y noche, y te hacen simulacros de muerte. ¿Quieres más tortura que eso?''

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