domenica, gennaio 29, 2006

cubaencuentro.com - El perro y el collar

Opinión

El perro y el collar

Pérez Roque propone la original idea de no cambiar nada para que todo siga igual.

Premisas de Pérez Roque: ¿un dardo envenenado contra los mandos 'históricos'? (AP)

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En el discurso que pronunció a finales de 2005 ante el Parlamento cubano, el ministro de Relaciones Exteriores Felipe Pérez Roque manifestó por vez primera en público su preocupación por el postcastrismo que se avecina. En esencia, el canciller se limitó a glosar algunos aspectos del larguísimo y caótico monólogo que Fidel Castro les había infligido a quienes asistieron al acto celebrado en la Universidad de La Habana el pasado 17 de noviembre.

La alocución de Pérez Roque hace pensar en aquel anuncio tan bonito de la empresa RCA Víctor, en el que un can escuchaba embelesado la voz de su dueño, que un fonógrafo antiguo le repetía. La fidelidad (lealtad) del animal hacía eco a la fidelidad (exactitud) del aparato. Bajo la imagen, campaba una sola una frase: "la voz de su amo". Pues eso: ante la mal llamada Asamblea del Poder Popular, Pérez Roque reprodujo fielmente la voz de su amo.

Al parecer, Castro no estaba muy satisfecho con su monólogo de noviembre. En las seis horas de verborrea, las ideas fundamentales quedaron sepultadas por la frondosidad del balbuceo y los caprichosos saltos de un tema a otro. Era necesario entresacar los conceptos clave y repetirlos de manera más concisa, para que el asunto quedara claro. Y encargó al ministro de exponerlos de nuevo, esta vez ante el cónclave de notables del régimen, que se reúne cuatro días al año para aprobar por unanimidad y a mano alzada cuanto les echen.

Una vez separada la paja del grano, estas son las tres ideas que sustentan la estrategia de Castro y Pérez para apuntalar el proyecto de sucesión dinástica, conservando incólume el gobierno y el Partido Comunista, tras la muerte del caudillo. Con acento dramático, el canciller les llamó "las premisas para salvar la revolución":

1. La autoridad por el ejemplo:

Pérez Roque propugna "un liderazgo basado en el ejemplo, que emana de la conducta austera, de la dedicación al trabajo, de que nuestro pueblo sepa que los que dirigen no tienen privilegios…". Esta premisa es sin duda la más inquietante para la cúpula actual. El dardo envenenado parece apuntar a los mandos "históricos", que por edad y tiempo en el poder se han enriquecido y aburguesado más que los recién llegados, y que en el marco de la lucha actual contra la corrupción corren el riesgo de verse desplazados por los talibanes.

La clase gerencial salida de las filas del Partido y el Ejército en los años noventa se acostumbró a las delicias del capitalismo de Estado. Pero lo que Castro ha decretado desde hace más de un año y está en marcha ahora es la vuelta al centralismo de los años setenta, la reimposición de la ideología marxista-leninista y la reducción al mínimo de la autonomía económica de la población.

2. Ideas sí, consumo no:

El canciller postula la necesidad de "conservar" el apoyo popular "no sobre la base del consumo material, sino sobre la base de las ideas y las convicciones". Dicho de otro modo, Castro y Pérez han llegado a la conclusión de que, a pesar de la ayuda que reciben de Hugo Chávez, de los ingresos del turismo y las remesas que envían los exiliados, la ineficacia del modelo estatista es de tal magnitud que apenas conseguirán mantener el consumo en los niveles actuales.

En la medida en que el Estado vuelva a clausurar los espacios económicos que había cedido a la iniciativa privada, los pocos bienes y servicios que estaban disponibles empezarán a desaparecer. Y mientras más parcelas de la actividad productiva vuelvan a manos estatales, menos artículos y prestaciones llegarán al consumidor.

A estas alturas, es difícil creer que los bienes y servicios que el sistema no ha logrado proporcionarle a la población en 47 años de poder absoluto, los va a generar por arte de magia a partir de los factores disponibles. Cuando se tienen en cuenta el estado real de la economía, la baja productividad, los índices del ingreso nacional, la situación de las infraestructuras —agua, vivienda, carreteras, electricidad—, el mal comportamiento de la balanza de pagos y la pésima gestión habitual, no se encuentran muchos motivos de optimismo.

Según confesó recientemente el propio ministro de Economía, todavía en 2006 el país no ha recuperado los niveles de PIB y de ingreso per capita que tenía hace 20 años. Y quienes tienen edad suficiente para recordar cómo se vivía en Cuba en 1986, saben que aquellos años no fueron precisamente la Edad de Oro. Por lo tanto, habrá que seguir ahogando las expectativas de mejoras materiales en una marea de propaganda, lemas y consignas.

3. Mantener el monopolio político y económico del Estado:

La tercera premisa perezroqueña consiste en conservar la propiedad estatal de los medios de producción. Porque —dijo— "al final el tema decisivo es quién recibe el ingreso, si las mayorías y el pueblo (sic.) o la minoría oligárquica, transnacional y proyanki".

Y la exégesis continuó con unos párrafos que son una estupenda muestra del nivel intelectual y político que prevalece en la magna asamblea legislativa cubana: "¿Quién garantiza únicamente que la mayoría sea la que disfrute de la mayor parte del ingreso (…) y que sea dueña de la mayor parte de la propiedad? El Estado socialista (…) y el día que en Cuba el enemigo lograra —que no lo logrará— desmantelar el Estado socialista derrotando a la Revolución, aquí se pierde no sólo la Revolución y el Estado, aquí se pierde la nación, porque Cuba sería absorbida, Cuba sería convertida en un municipio de Miami".

La frase merecería figurar en los anales de la oratoria parlamentaria nacional, junto con la del representante de Matanzas que en la década de 1940 pidió en un discurso que si se traían góndolas para ponerlas en el río Yumurí, se compraran también góndolos para luego vender las crías y amortizar el proyecto.

El silogismo es harto conocido: en Cuba el gobierno no es mero gobierno, sino es "la revolución", encarnada en el Partido Comunista, que es una misma cosa con el Estado y con la nación. De ahí que cualquier gobierno que no sea una dictadura marxista-leninista conduciría inexorablemente a la anexión, no ya norteamericana, sino miamense, municipal y espesa.

Poco importa que la nación cubana haya existido antes de tener un Estado, que luego ese Estado haya tenido diversos gobiernos, que esos gobiernos hayan sido la obra de diferentes partidos políticos, etcétera. El canciller Pérez hace tabla rasa de todo eso y nos explica sin sonrojo que Estado, gobierno, partido, nación y revolución vienen a ser un mismo ajiaco, y que si los cubanos tratan de cambiar el sistema que los oprime, terminarán sometidos a la alcaldía del Condado de Miami-Dade.

O sea, que no tienen más remedio que apoyar el modelo totalitario actual y obedecer a los funcionarios "puros" que se repartirán el pastel tras la muerte de Castro. De otro modo, el país pasará a ser una entelequia de rango algo menor que Puerto Rico —que al fin y al cabo es Estado Libre Asociado— y algo mayor —por superficie y población— que Hialeah y Coral Gables.

El perro y la rabia

En síntesis, la estrategia de Pérez Roque consiste en lograr que la economía siga en manos del Estado, el Estado en manos del Partido Comunista y el Partido Comunista en manos de la élite que hoy ocupa los puestos claves del gobierno, tras purgar a los "corruptos".

En ese esquema, la mayoría de la población continuaría como hasta ahora: malviviendo de las dádivas estatales y entretenida con el teque, la batalla de ideas y las marchas del pueblo combatiente. Glosando mal al príncipe de Salinas, el canciller propone la original idea de no cambiar nada para que todo siga igual. Es la distancia que va de la prosa de El Gatopardo a la gramática parda del funcionario obsecuente.

A pesar de que sus facultades menguan a ojos vista, Castro ha conseguido hasta ahora mantener esa estructura piramidal totalitaria, gracias a su habilidad para monopolizar todos los poderes y, al mismo tiempo, preservar incólume el aparato represivo. No es probable que sus herederos logren hacer otro tanto.

Por el momento, Pérez Roque está sumando a su cargo de canciller la función de cancerbero de la pureza ideológica del castrismo póstumo. En todo caso, lo que él y sus aliados quieren hacer para inaugurar la nueva era es imponerle al pueblo de Cuba el mismo perro con el mismo collar. Pero en la Isla la mayoría de la gente cree más bien en otro refrán canino, precisamente el que les quita el sueño a los jerarcas: muerto el perro, se acabó la rabia.

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