lunedì, dicembre 05, 2005

Potaje de estadísticas

Potaje de estadísticas

¿Cómo compaginar un cuadro teórico tan halagüeño con una realidad tan desoladora?

Julián B. Sorel, París

lunes 5 de diciembre de 2005
Castro

Castro, en un encuentro con economistas. (AP)

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Cuenta una leyenda que poco después de estallar la Revolución Francesa, la reina María Antonieta, sorprendida por la violencia de la insurrección, preguntó a un noble de la corte por qué se amotinaban los pobres delante del Palacio de Versalles. "Es que no tienen pan para comer", le respondió el cortesano. "Pues si no tienen pan, que coman bizcocho", replicó la soberana.

La anécdota ha pasado a la historia como muestra del cinismo de la esposa de Luis XVI. Lo más probable es que fuera una invención de los detractores de la monarquía o, de haber existido en realidad, fuese un comentario inocente, producto de la ingenua cosmovisión que compartían muchísimas aristócratas de la época.

No se sabe si la visión de la realidad nacional que tiene el ministro de Economía y Planificación de Cuba, José Luis Rodríguez, es cínica o ingenua (o ambas). Pero en su último discurso, pronunciado la semana pasada en La Habana con motivo del VI Congreso de la Asociación Nacional de Economistas y Contadores, parecía decir a los cubanos de a pie que si a partir de ahora ya no encuentran yuca o boniato en el mercado campesino, siempre pueden intentar comerse un buen potaje de estadísticas.

Con abundancia de cifras y datos, el camarada señor ministro explicó que la economía de la Isla ha venido creciendo desde 1995 a una tasa media anual equivalente a casi el 4 por ciento del PIB. Aseguró además que las previsiones para este año 2005 son aún más optimistas: un aumento cercano al 9 por ciento.

Este extraordinario desempeño se debe, afirmó, a la eficiencia de sectores como el turismo, la salud pública, la informática, y a los créditos de China y Venezuela. Sin duda, algo influyeron también, aunque el ministro no insistió en eso, los dólares y los bienes de consumo que los cubanos exiliados remiten cada año a sus familiares de la Isla.

El problema de esas estadísticas color de rosa es que al confrontarlas con la terca realidad se destiñen hasta adquirir una mustia tonalidad gris-ratón. Resulta difícil creer en la exactitud de las cifras que expone el ministro Rodríguez, cuando se sabe que los últimos años han estado marcados por la sequía, los ciclones, el hundimiento de la industria azucarera, la crisis del transporte, los apagones, el desempleo —sobre todo entre los jóvenes y los ex obreros industriales— y la emigración creciente.

Demasiado optimismo

¿Cómo compaginar un cuadro teórico tan halagüeño con una realidad cotidiana tan desoladora? Por ejemplo, el propio gobierno afirmaba en los años noventa que para lograr los índices de desarrollo previstos era preciso que el turismo creciera hasta alcanzar los dos millones de visitantes en el año 2000. Pues bien, esa cifra tan sólo se logró en 2004, o sea, con cuatro años de retraso sobre el plan.

Otro tanto podría decirse de sectores fundamentales como la generación de energía o el transporte, que han incumplido sistemáticamente los planes establecidos.

Además, las estadísticas del ministro superan con creces las previsiones más optimistas de los organismos internacionales, como la CEPAL, y quedan también muy por encima de los cálculos que formulan los economistas independientes de mayor solvencia. Claro que es difícil evaluar la actuación de la economía cubana, dada la falta de información sobre aspectos fundamentales de su funcionamiento, la paridad artificial de las monedas y la casi imposibilidad de homologar los datos nacionales con los que se emplean en el resto del planeta.

Pero aun suponiendo que las afirmaciones del ministro reflejen exactamente la realidad del país, el cuadro de la economía nacional esbozado en su discurso es descorazonador.

La economía cubana entró en una fase de estancamiento en 1986, tres años antes de que cayera el Muro de Berlín. Prácticamente no hubo crecimiento alguno entre 1986 y 1989, y a partir de este último año el PIB cayó en picado hasta 1993. Hoy se calcula que en esos años la Isla perdió del 35 al 50 por ciento del PIB, con los consiguientes efectos sobre el nivel de vida de sus habitantes.

La recuperación iniciada a partir de 1994 —gracias a la apertura al turismo, la legalización del dólar, la autorización de las remesas del extranjero y otras reformas orientadas al mercado— perdió ímpetu a causa de las medidas estatistas y centralizadoras adoptadas de nuevo por el gobierno desde 1997.

Si los cálculos del ministro Rodríguez son exactos, Cuba apenas ha recuperado a finales de 2005 el PIB que tenía en 1986. Es decir, que la Isla no alcanza todavía a producir la misma cantidad de bienes y servicios que hace 20 años. Con el agravante de que ahora, a pesar de la emigración, el país cuenta con un millón más de habitantes.

O sea, que el ingreso per capita real es todavía de un 10 a un 15 por ciento menor de lo que fue en 1986 —año en que la vida en Cuba no era precisamente una maravilla, aunque el contraste con el Período Especial que vino después le confiera hoy un aura dorada en la memoria de muchos ciudadanos.

Lo que se anuncia

Para colmo, lo que se anuncia es aun peor. La nueva edición de la "ofensiva revolucionaria" que Fidel Castro lanzó el mes pasado va dirigida precisamente contra algunos de los factores que propiciaron la recuperación económica de 1994: la iniciativa privada, la recepción de divisas que envían los familiares exiliados, los servicios particulares, la producción de artesanías y los mercados campesinos.

Temeroso de la creciente autonomía personal que genera la independencia económica del ciudadano, el régimen se dispone a recoger cabos para dejarlo todo "atado y bien atado" con miras a la sucesión dinástica. Aunque sepa que al hacerlo machaca el magro bienestar que con mucho esfuerzo y gran inventiva había alcanzado buena parte de la población.

En una de sus canciones más célebres, Carlos Gardel asegura que "20 años no es nada". Como decía mi tía Clodomira, que en paz descanse, "si se los hubiera pasado aguantando el alumbrón, la tilapia, el camello y las marchas del pueblo combatiente, de seguro que otro tango cantaría".

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