La resurrección del aparato
Los preparativos para que tras el inevitable adiós a Fidel Castro el poder continúe en las mismas manos del grupo que hoy controla los ejércitos, la economía y la política nacional —un proyecto más conocido como sucesión— siguen a buena marcha en La Habana.
El Buró Político del Partido Comunista, cuyas reuniones y decisiones desaparecieron de las pocas páginas del Granma, su órgano oficial, informó ahora de dos importantes vueltas a la misma tuerca: el restablecimiento del Secretariado y la creación de nuevos departamentos en el "Aparato Auxiliar" del Comité Central, denominación del escalón más elevado de la burocracia partidista que pretende dirigir la sociedad cubana. En el lenguaje de la nomenclatura, el órgano ha anunciado la resurrección del aparato.
Si faltaba alguna prueba al canto de que la opción de continuidad, minuciosamente diseñada por los presuntos herederos del Comandante en Jefe, tiene como base una estructura político-militar que descansa en las Fuerzas Armadas y el Partido Comunista, en adecuada división de roles, la última movida anunciada en el críptico lenguaje de las notas oficiales del comunismo cubano la dejó claramente sobre la mesa.
Maquinaria insostenible
En su momento, en el IV Congreso del PCC —celebrado quince años atrás en Santiago de Cuba—, la desaparición del Secretariado del Comité Central, fue parte de la necesaria reducción de la enorme y costosa maquinaria partidista, insostenible en las crudas realidades que la desaparición de la Unión Soviética impuso al socialismo cubano.
Curiosamente, pocos meses antes Boris Yeltsin había esgrimido como una de las pruebas decisivas para reclamar la disolución del Partido Comunista de la Unión Soviética, las instrucciones cursadas por su Secretariado, núcleo del poder soviético, para apoyar el golpe de Estado contra Mijail Gorbachov, que terminó precipitando el fin de aquella Unión.
El instrumento de control partidista creado por Lenin en 1919 no resultó finalmente eficaz ni en la URSS ni en Cuba, aunque en la Isla la nostalgia leninista, a falta de algo mejor, se complazca ahora en revivirlo.
Con la eliminación de los varios secretarios del Comité Central, todos primus inter pares con respecto al resto de los miembros de la dirección del PCC, desapareció también en 1991 uno de los grupos de poder más incompatibles con el gusto de Fidel Castro, siempre esquivo a semejante instrumento, cuyas deliberaciones semanales y abarcadoras del acontecer nacional, interferían, de una forma u otra, y muchas veces a su pesar, con el libre albedrío del caudillo.
No en balde, el primer secretario —que presidió ahora estas deliberaciones, según precisa oportunamente la información oficial— se hizo muy pocas veces presente en las de aquel Secretariado, confiado al manejo de su hermano, segundo secretario del PCC y ministro de las Fuerzas Armadas, que controlaba desde allí la segunda de las instituciones bajo su patrocinio, las mismas en que ahora funda su aspiración de sucesor.
El denominado Período Especial en Tiempos de Paz sumió también en penumbras al resto del "Aparato Auxiliar". La inevitable austeridad redujo al mínimo su nutrida nómina de más de 1.200 funcionarios en la sede del Comité Central, repartidos en una docena de departamentos encargados de velar por la pureza política de las decisiones gubernamentales, supervisar la designación de sus cargos principales, y actuar como "contraparte" y guardián doctrinal de la actividad de la administración en cualquier parte del país.
La reducción del número de departamentos del Comité Central y el muy bajo perfil que en lo sucesivo adoptó en su labor supervisora del gobierno, distanciaron prudentemente al aparato partidista de los tímidos ensayos de apertura económica, confiados a "arquitectos de la reforma" que hoy parecen batirse en retirada.
Los remilgos ideológicos no impidieron, sin embargo, que una buena parte de las tropas de aquella nomenclatura ocupara posiciones en la emergente economía del dólar, convertida en fuente de privilegios y poder. Allí se encuentra todavía, acompañada, por cierto, por la nueva clase de prósperos empresarios militares. Con ellos se cuenta en muy buena medida para el éxito del proyecto sucesorio.
El proyecto del futuro poder
Los vientos soplan hoy en otra dirección. En medio de campañas contra la corrupción evidente y generalizada y las revelaciones de Fidel Castro sobre la capacidad autodestructora de los propios protagonistas de la revolución, no faltan evidencias de la intención de revivir a toda prisa los maltratados mecanismos del partido único.
Por sólo citar algunas, recordemos que en los tres últimos reemplazos gubernamentales de importancia —los ministerios de Transporte, Salud Pública e Industria Básica— los nuevos titulares fueron escogidos entre miembros prominentes de la dirección del partido, que siguen manteniendo esa condición.
Con anterioridad, y mucho más discretamente que lo anunciado ahora, fue reestablecida la Comisión de Defensa y Seguridad Nacional del Comité Central, llamada formalmente a velar de igual forma que el resto de los departamentos del aparato por el cumplimiento de la política del partido en las Fuerzas Armadas y el Ministerio del Interior.
El renovado papel que las decisiones anunciadas prevén para el Partido Comunista, completa el proyecto del futuro poder, basado en las instituciones armadas, pero necesitado no sólo del ropaje ideológico e institucional del que carecería una junta militar a secas, sino también de la experiencia en el control social y el funcionamiento adecuado de la maquinaria política que maneja el partido único. A fin de cuentas, la cúpula real de ambas instituciones se escribe con los mismos nombres.
Como era previsible, el anuncio de otra purga, incluido en la última información del Buró Político al pueblo, resultó más atractivo y comentado, fuera de Cuba por supuesto, que las oscuras claves de la reconstrucción de las formas de dirección del Partido Comunista —quizás de escaso valor real en los acontecimientos futuros—.
La defenestración de turno
Juan Carlos Robinson, promovido en los ya lejanos tiempos del III Congreso, junto a una hermana, a importantes posiciones en la dirección del Partido, cuando el segundo secretario pretendió compensar las evidentes desigualdades raciales en la cúpula gobernante con la elección apresurada de dirigentes negros, jóvenes y de preferencia mujeres, resultó en esta ocasión el protagonista del periódico ritual de sacrificios que también nutre el funcionamiento de la nomenclatura.
Sin el menor asomo de veleidades reformistas, Robinson acumulaba una larga historia de sobresaltos para sus padrinos políticos, que inició a mediados de 1980 en La Habana, con la apresurada solución judicial de su responsabilidad en un accidente de tránsito que causó una muerte. Suceso lamentable, aunque nunca mencionado en la biografía del dirigente.
Su paso por la dirección del Partido en Santiago de Cuba, donde fue reemplazado cinco años atrás, dejó mejores memorias en la picaresca oriental que en las tradiciones patrióticas de la "Ciudad Héroe", según allí bien se recuerda. En resumen, un oportuno aunque tardío ejemplo en estos tiempos de "intenso enfrentamiento a tendencias negativas".
En este caso, al menos, los comunistas de a pie no tendrán que esperar tres años para conocer (aproximadamente) de las culpas, falsas o ciertas, que pusieron fin a su carrera política, como ocurrió con Roberto Robaina, este sí catalogado de reformista por extraviados analistas, aunque su iniciativa más singular en la cancillería haya sido poblar de hermosos pavorreales los patios interiores.
Queda aún por despejar la incógnita del muy aplazado VI Congreso del PCC. El hecho de que los cambios estructurales anunciados hayan sido decididos por el Buró Político indica la inoperancia del Comité Central, desdibujado a lo largo de una década escabrosa, pero ello no es razón suficiente para predecir que estamos en vísperas del último congreso que presidiría Fidel Castro, quien quizás espera, con su proclamada paciencia de Job, por momentos más propicios para la despedida.
En definitiva, el destino del país y del partido que insiste en su derecho único a dirigirlo depende en buena medida, mientras viva el primer secretario, del humor con que él despierte, por muy resurrecto que se proclame el aparato.
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