Pepín y los arrecifes
Con todos esos nombres que tiene, José Gabriel Ramón de la Caridad Castillo, le dicen nada más que Pepín. Una vez la policía política trató de reclutarlo y le quiso poner Taíno. Después —en su afán por bautizarlo— le puso un número. Cuando lo arrestó y ahora, que el periodista hace una huelga de hambre, le llaman, indistintamente, recluso, paciente, mercenario, asegurado o CR. Es decir, contrarrevolucionario.
Pero lo cierto es que Pepín nació en 1957, en la zona oriental de Manzanillo, y realizó sus estudios primarios y secundarios en Campechuela y en Santiago de Cuba, donde se estableció finalmente y vivió hasta que en la primavera de 2003 fue condenado a 20 años de prisión. Y lo único que ha sido de verdad es profesor y articulista, promotor cultural y bibliotecario.
Fundó en la capital oriental una institución que se llama Cultura y Democracia. Organizó el premio literario Arrecifes y promovió con él la creación y publicación de libros de cuentos y de poemas, sin la mirada estrábica del Ministerio de Cultura, siempre empeñado en que los escritores canten o se evadan.
Eso hizo Pepín Castillo. Eso y escribir artículos esclarecedores sobre la realidad de su país, sobre las trampas del totalitarismo, las arbitrariedades de los torpes funcionarios del castrismo y de los pícaros, que en aquella región de Cuba utilizan los dineros públicos para tratar de que trasciendan los postulados de sus obras de ripios.
Solo, rodeado por un pequeño grupo de colaboradores, editó un boletín, y con medios artesanales sacó a la calle los libros ganadores de sus concursos.
Con eso le bastaba para que el régimen lo odiara. Sin embargo, en la navidad de 2002, un oficial de la Seguridad del Estado, de apellido Tamayo —después de un proceso de acercamiento—, en medio de una burda ceremonia en un hotel de lujo de Santiago, le propuso que trabajara como agente infiltrado en los grupos de la oposición.
Pepín aceptó entre comillas. Unas horas después, hizo la denuncia pública de la maniobra con una crónica donde ridiculizaba la gestión de la policía y ponía al descubierto sus métodos sucios de obvia raíz estalinista y norcoreana.
La nota circuló por la Red de redes y fue uno de los platos fuertes del segundo número de la revista De Cuba, que editaba en La Habana el poeta y periodista Ricardo González, condenado también a 20 años y recluido ahora en el Combinado del Este, en la capital cubana.
Eso es lo que ha hecho Pepín Castillo. Antes enseñó Química y Matemáticas. Ahora está en huelga de hambre. Reclama una licencia extrapenal porque tiene cirrosis hepática y varias arterias obstruidas por grave problema circulatorio.
Castillo permanece en la sala de penados del Hospital Ambrosio Grillo, de Santiago de Cuba. Su esposa, Blanca Rosa Echeverría, ha hecho una declaración pidiendo ayuda internacional porque teme por la vida del intelectual cubano. Yo también.
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