Otra de Ramonet
Manuel Malaver
Noticiero Digital
Ahora resulta que la entrevista de 100 horas que supuestamente le hizo el sociólogo español, Ignacio Ramonet, al dictador cubano, Fidel Castro, es una burda operación de pegamento o recortaje (que decimos los periodistas) y en la cual casi todo el trabajo del director de “Le Monde Diplomatique” se redujo a “ramonear” cuanto lugar común dijo el comandante en los últimos 3 años para hacerlos pasar como obra del sentido de la historia del entrevistador.
El hallazgo lo hizo el periodista catalán, Arcadi Espada, quien en un blog de su autoría dio a conocer, periódicos en mano, cómo algunas de las respuestas de Castro a Ramonet eran citas enteras de declaraciones del primero al diario “Gramma” de La Habana en fechas comprendidas en los años en que “dialogaron” maestro y discípulo, faraón y escriba.
Y por aquí llegamos a la duda razonable de que quién sabe si todo el cuerpo de la entrevista no es más que un fraude por encargo que junta, la impaciencia de Ramonet por ligarse a una leyenda aunque sea moribunda y la ansiedad de Castro por demostrase que todavía está vivo y en capacidad de robar titulares.
En este orden de sospechas no es imposible que Ramonet recibiera todas las preguntas y respuestas desde La Habana, que le fuera prescrito el orden y relieve de los temas, de modo que la voluntad del caudillo de que después del último suspiro se perciba de una forma, y solo de una forma, se cumpliera a cabalidad.
Y Ramonet feliz , pues no hay nada que entusiasme más a estos letrados revolucionarios de las sociedades de bienestar capitalistas y democráticas, que sentirse involucrados en las revoluciones del Tercer Mundo, en el terraplén desgarrado y esperpéntico de gamonales, bandas armadas, golpes de estado, desfiles militares, arengas milenaristas y socialismo.
Es una tradición que al parecer ya se practicaba en la antigua Roma y que tiene que ver con la identidad que encuentra todo intelectual que se siente menospreciado en las metrópolis con las voces de rebelión que se alzan en las periferias.
O -¿por qué no?- con los sentimientos sinceros y loables de solidaridad y compasión que eternamente palpitan y palpitarán en el alma humana y cuyos ejemplos más notables serían los de Lord Byron yendo a morir entre los luchadores por la independencia griega, André Malraux fajándose en Shangai al lado de los comunistas chinos contra el golpe de estado de Chiang Kai Skek y aquel Regis Debray que acompañó al Che Guevara en su aventura guerrillera en Bolivia.
No es el caso de Ramonet, quien se ha hecho célebre como “asesor ideológico” de los bochinches establecidos, sobre los cuales teoriza en retro, como profeta del pasado y en la idea de hacer modelos teóricos sobre sucesos que ya no existen, porque se desvanecieron para la práctica.
Un nuevo tipo de profesión que no se por qué se me ocurre tiene mucho que ver con la de los embalsamadores cuya función es la de perpetuar, o intentar perpetuar, la materia orgánica muerta, en tanto que la del sociólogo gallego o catalán es la de maquillar la materia histórica en putrefacción.
Es un trabajo por el que desesperan los dictadores revolucionarios, que, en estricto sentido, necesitan del trucaje del pasado como del aire que respiran, ya que si no hay leyendas, mitos y mentiras puras y simples sobre sucesos difíciles de corroborar ¿cómo justifican sus delirios, tropelías, e imposturas?
Por eso es tan bien pagado, y ya se conoce que en sus visitas turísticas a La Habana, Caracas o Porto Alegre, el sociólogo es recompensado con una fracción no desdeñable de recursos líquidos que se restan a los presupuestos que deberían atender las urgencias de tanta gente en situación de pobreza crítica.
Pero no son detalles que intimiden a Ramonet, el cual, si la prisa por vencer el tiempo de su hombre fuerte preferido lo lleva a recortar en vez de escribir y recibir preguntas ya contestadas en vez de pensar, acepta el sacrificio y permite que el libro de la entrevista ya próximo a aparecer circule con el escándalo de uno de los fraudes más burdos e ingenuos de los últimos tiempos.
En todo caso, nada sorpresivo en una historia cuyos capítulos nunca se han alejado demasiado del truco y la truculencia.
Ni de estos días crepusculares de la retroizquierda en que la sobrevivencia ha sido puesta en manos de estos embalsamadores para quienes la verdad es tan corruptible como la materia orgánica.
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