sabato, agosto 05, 2006

Eruditos del mundo, acuérdense de vivir - Raul rivero , CubaNet

Eruditos del mundo, acuérdense de vivir / CubaNet News - Noticias de Cuba / Cuba NewsEruditos del mundo, acuérdense de vivir

No se engañen por su aspecto profesoral, porque Alfonso Reyes fue suficientemente sabio como para no abandonar la poesía. Ni la vida ni el amor.

Raul Rivero, El Mundo, España, 29 de julio de 2006.

Martes

Poesía de Reyes

Lo primero que publicó en su vida Alfonso Reyes fueron tres sonetos en 1905 (tenía 16 años) en un periódico de Monterrey. Lo último, el 23 de diciembre de 1959 -cuatro días antes de su muerte-, el obituario de Fernández McGregor. Entre los versos iniciales y esa nota necrológica está la obra monumental (por su alcance y por sus dimensiones) de uno de los intelectuales más importante del siglo XX en Hispanoamérica.

Fue un ensayista y un pensador de primera línea que recibió honores y doctorados hasta el bostezo y el empalago. Fue diplomático, profesor, conferencista, escribió novelas, teatro, poesía, cuentos y un tratado sobre cocina y gastronomía.

Hacía un estudio sobre el Siglo de Oro en España igual que traducía a Chesterton y deslizaba unos textos de dos líneas que llamaba briznas; seguía con cartas, biografías, casi de todo... Hasta dejarle a México y a la literatura española más de 100 libros y alguna decena de investigaciones abiertas.

Dijo que él escribía como respiraba. Su trabajo iba con facilidad de los temas más profundos y eruditos a juegos de palabras. De un acercamiento a los escritores franceses que más le interesaban, Marcel Proust o Montaigne, pasaba -como para descansar- a escribir divertimentos, versos de cortesía, de saludos, festivos y amenos.

Toda la gloria del mundo cabe en un grano de maíz, había dicho el poeta Pepe Martí, enamorado en Zaragoza y exiliado en México.Eso lo sabía Reyes porque la erudición explica el mundo pero no lo justifica, ni le quita los dolores, ni produce remedios ni siquiera de los pasajeros.

Esa medicina urgente o los envíos que reclamó para enamorarse y asomarse a la noche cuando dejaba las páginas de los libros, los encontraba el hombre que fue Reyes en la poesía, esa compañera silenciosa y arisca que conservó siempre cerca de la inmensidad de sus observaciones como estudioso de los griegos y de las literaturas (sí, en plural).

Reyes se acordaba de vivir y para vivir escribió 21 libros de poesía. Su acercamiento a ese género no era el del docto letrado frío y seguro. Su llegada al verso se realizaba con sigilo, miedos, sobresaltos. Con la delicadeza de quien sabe que si no entra por el único puerto autorizado, no puede alcanzar la salvación.

Asustadiza gracia del poema:/ flor temerosa recatada en llema, dice en su arte poética donde, enseguida, compara la poesía con la flor sensitiva que se muere si la llega a tocar la mano de un hombre.

Creo que Reyes fue siempre un poeta que miraba al mundo con lucidez, alguien a quien su sabiduría le regaló, antes que cualquier otra cosa, una licencia de sueños para que todo no fuera explicable y real, para que quedaran parcelas que su inteligencia no podía entender. Ni mucho menos, dar sobre esos misterios una disertación a los demás.

Jorge Luis Borges dijo que Reyes escribió la mejor prosa castellana de esos tiempos y el poeta José Emilio Pacheco la describe así: "Una prosa siempre en movimiento que nunca se detiene y jamás se estanca y es que será siempre modelo inimitable de precisión, concisión, suavidad y, en primer término, de naturalidad".

Con esos truenos y otros que vienen de Octavio Paz y Carlos Fuentes y de los más relevantes escritores de aquellas tierras, puede haberse desatado -con el tiempo que es siempre implacable- un olvido o un extravío inconsciente de las resonancias de la obra poética de Don Alfonso Reyes.

Eso mismo pasa con su periodismo. Pero es natural, el periodismo sale a relucir nada más que cuando faltan unos párrafos para redondear una biografía. Este género menor, infectado de precipitaciones, no tiene vela en este entierro.

Lo tuvo para Reyes, cuando lo dejaron cesante de su cargo diplomático en Francia, en 1914, y vino a Madrid a ganarse la vida como redactor y traductor. Y a lo largo de toda su existencia, porque siguió como colaborador de muchos diarios y, al final, porque se despidió de sus lectores con una simple nota periodística.

Cuatro versos finales para recordar al poeta Alfonso Reyes. El alma que empuñaba al erudito: Quédate solo y callado/ casi todo huelga y sobra/ ningún gesto se recobra/ ni vale el oro cambiado.

Jueves

Mar confuso con mujer sola

Hay un hombre que se llama Wilson Bueno y nació por allá por Jaguapitá, cerca de las orillas del río Paraná, en Brasil. Hizo un acto de magia hace unos años y le concedió un mar a la geografía paraguaya. Es un océano que no se va a secar porque lo dejó escrito y publicado y se alimenta de tres ríos vivos.

Hablo de la novela (o nivola, poema en prosa, ensayo ) titulada Mar paraguayo, que Bueno escribió en tres idiomas: español, portugués y guaraní. Cuenta los sueños de una mujer entrada en años, en mucho años, que está magnetizada por un joven. Al mismo tiempo, narra su vidita diaria al lado de un hombre viejo con quien incineró su juventud.

Pienso que el personaje principal del libro es la entonación que se consigue en la coalición de idiomas. La lectura en voz alta de un párrafo o de un capítulo deja en la experiencia de uno los ruidos de una música diferente, de armonías difíciles, donde navegan sobre las olas grandes barcos de arpas, guitarras y tambores.

La historia pasa en el balneario brasileño de Guaratuba, un sitio a donde se va de vacaciones la clase media paraguaya. El lugar hacia donde huyó el dictador Alfredo Stroessner. Bueno escenifica allí otra función de magia porque disuelve las fronteras y funda un territorio sin leyes para los hombres ni para los idiomas.

Mar paraguayo es una obra que tiene mucha importancia en la historia de la literatura en Hispanoamérica y, en particular, en el Cono Sur. Su autor había publicado ya Bolero Bar y Manual de zoofilia.

Para dejarla fría en un archivo, ésta es una novela neobarroca de amor, pero su autor no está tan seguro: "Narrar sí, pero a partir de que los relatos fuesen atomizados por la poesía. Yo siempre busqué una prosa que no descalificase la cintilación con la poesía".

Hay quien cree que el halo poético del texto se recibe de inmediato porque está escrito en portuñol, rociado con elementos simbólicos del guaraní. Mar paraguayo es comprensible para cualquier lector de lengua castellana, aunque a veces piense que naufraga en un vocablo guaraní de fuerza cinco.

A juicio de muchos críticos, a pesar del matrimonio con el portugués y de las apariciones del guaraní en esa desapacible convivencia, la novela se inscribe en la tradición de las literaturas hispanoamericanas.

Lo que conjuga Bueno en este mar es, además de las corrientes de palabras de los tres idiomas y la prosa y el verso, una variedad de razas, culturas y mitos.

Wilson Bueno crea un mar y esta caótica rebambaramba de lenguajes para llegar a un párrafo como éste: "Mi desamparo sería menor acaso non houvesse a estas horas tan y tantas estos silencios longos, diagonais del abismo: la octaedra florita de consistencia imortal: la persigo de paño y pañuelo: la consistencia: el nudo vivo microscópica acentuación de que todo pueda embaralharse en una sola agujada: fatal".