UBA: Adela y el repudio
Adela y el repudio
Por Alejandro Rios
En la foto, Adela, una negra enjuta, aparece con la boca desmesuradamente abierta, que revela una dentadura en franco deterioro. Le encanta que la movilicen temprano porque se escapa por un tiempo del taller donde tratan, a duras penas, de arreglar televisores.
Es el único momento también que monta un ómnibus y se sienta, sin empujadera ni bronca. Le dan un rango de persona importante que la convoquen y le faciliten el viaje y la cuiden durante la manifestación los muchachos fuertes, vestidos de civil, la parte oficial del operativo, tan solícitos y comprensivos.
Tiene un hijo que se hizo médico gracias a la revolución y ahora está en Venezuela, el otro es su frustración como madre, se dejó influir por el mal elemento del barrio y se fue del país en una balsa. Por eso le satisface tanto castigar esa estirpe de persona poco agradecida con los logros de la revolución.
Cada vez que la citan dice presente. Puede ser para impedir una manifestación de gusanos vendepatrias o para rodear una casa y no dejarlos salir porque la calle es de Fidel.
El acto se divide en grupos. Cada cual asume una tarea. Los compañeros que dirigen insisten en que eviten la confrontación física con la contrarrevolución, aunque se puede escapar algún que otro pescozón, siempre que no haya una cámara presente. Lo cual es difícil porque ahora hasta los teléfonos graban imágenes.
Todo el movimiento debe parecer espontáneo, las guaguas parquean a cierta distancia de los acontecimientos. Adela es de las que grita con ganas. Le gusta, descarga sus frustraciones sin que nadie se entere.
Hoy parece que la convocatoria es importante, arremeten otra vez contra las mercenarias que se visten de blanco, mosquitas muertas que se hacen las pacíficas y van con una flor en la mano. Reciben dinero de Miami y se visten bien, muy limpias y perfumadas. Ella disfruta halarles los pelos bien peinados. A veces se queda con algunos mechones en la mano y ni chistan. No tienen sangre en las venas. Son unas muertas sin espíritu combativo.
Las últimas instrucciones siempre las reciben en los ómnibus fuera de la vista pública. Hay un mayor del Ministerio vestido de civil, muy elegante, que suda, habituado al aire acondicionado, y les dice que el Furry se siente orgulloso de ellos tan prestos para salirle al paso a la gusanera y que un día serán reconocidos públicamente, pero que por ahora en silencio ha tenido que ser.
Como hoy la jornada es larga, al final les toca la cajita con comida. Menos mal, porque en la casa es pueblo embrujado. La escasez sigue siendo aguda por el maldito bloqueo. Los yanquis no aflojan. Por la mañana se aseó con un cubo de agua y se lavó los dientes con bicarbonato, que también le sirve de desodorante.
Estos días han sido muy activos. Hace poco le dieron su merecido a cierto periodista que había desafiado a uno de los muchachos del Ministerio. Se hizo el machito, se paró en una calle del Vedado a esperarlo, sólo para conversar, según él, pero así se empieza y allá fueron las guaguas con Adela y sus camaradas, simulando ser estudiantes universitarios y lo empujaron contra una reja hasta que se lo llevaron y lo soltaron lejos para que no le hicieran mayor daño. Porque el grupo se va calentando y nunca se sabe si alguien va a salir con un mal golpe.
En su modesto apartamento donde el esposo la abandonó hace ya algunos años, Adela tiene unos muebles desvencijados. Para las manifestaciones se pone sus mejores galas, una blusita azul celeste de punto con tirantes. Su prima Yusleidy la vio en el noticiero de la televisión y dice que no luce mal.
Espera que su hijo el médico le traiga algunas cosas de Venezuela, como ropa interior porque la suya está deshecha. Con el otro no se puede contar, igual que su padre.
Mañana temprano para el taller y si la escoria vuelve a asomar la cabeza, duro con ella, que la revolución se respeta.
El Nuevo Herald