sabato, maggio 07, 2005

cuba, ECOLOGIA: La playa de Cojjimar, un desastre ecologico

La playa de Cojímar, un desastre ecológico

Miguel Saludes

LA HABANA, Cuba - Mayo (www.cubanet.org) - Todavía los pobladores más viejos de Cojimar recuerdan con cierta nostalgia la imagen de la humilde playa local como un sitio agradable bordeado de pequeñas cafeterías. Los pescadores solían subir sus botes a la arena cuando terminaban la faena del día. La pobreza de aquellos tiempos no podía contrarrestar la belleza de la vida silvestre que aún bullía en los alrededores del río, del que toma el nombre aquella porción de la costa norte de Cuba. Hasta no hace muchos años, los carpinteros de rivera todavía construían sus embarcaciones en las áreas situadas entre la desembocadura del río y la orilla arenosa del litoral.

Las aguas de la boca cojimera no son peligrosas. Aunque se habla de corrientes y contra corrientes de las que hay que cuidarse, por lo general esta parte es poco profunda, a no ser el canal que da acceso al actual embarcadero, donde puede alcanzar hasta 10 metros en algunas partes. Pocas veces en los años que llevo viviendo en este lugar he escuchado sobre la entrada de grandes peces. Solamente una vez vi sacar una gran barracuda en el muelle del torreón y hace unos meses una pareja de delfines se adentró en la rada tras una mancha de sardinas. La presencia de los mamíferos atrajo durante dos días la atención de los curiosos, que querían verles en su medio natural y no faltó un osado que se lanzó a nadar entre ellos. Otros comenzaron a comentar las facultades culinarias de la carne del pacífico animal, y esto preocupó a quienes tienen alma de ecologistas y retienen en la memoria lo ocurrido a un cachalote que a finales de los noventa encalló en la cercana costa, siendo prácticamente descuartizado por los vecinos que vieron abrirse los cielos con su llegada. Con cuchillos, hachas y cuanto pérfilo cortante pudiera servir para la ocasión, la gente convirtió en grandes tiras los restos del desdichado, dejándole en puro esqueleto. Pero estos cetáceos no corrieron igual suerte y se marcharon ahítos de peces.

Desde la captura de un jaquetón en 1946, cuyo hígado llegó a pesar 1,005 libras según testigos presenciales, y un damero que quedó eternizado en las fotos hechas por varios pobladores, entre las que se encuentran las del fotógrafo Raúl Corrales, expuestas en el restaurante La Terraza, no hay versiones sobre arribazones de gran tamaño por este lugar, por lo que darse un chapuzón nunca es preocupante.

En el célebre restaurante, donde el escritor Ernest Heminguey concibiera su premiada novela El Viejo y el Mar, cuelgan tres cuadros pintados por jóvenes creadores de la localidad, donde se puede tener una idea de cómo era esta playa. Los artistas utilizaron fotos y postales de la época para ayudar a la imaginación y plasmar la belleza de este paraje antes de que sufriera los desmanes de nuestro tiempo.

Varios factores han contribuido a la destrucción progresiva del sitio. Uno de ellos es el camino que bordea la ensenada de Cojimar y que une al pueblo con la mini ciudad de Alamar. Hasta principios de la década de los noventa funcionaba un endeble botecito que trasegaba personal entre las dos orillas. La construcción del actual puente de hierro acabó con aquel corto paseo, un tanto peligroso para quienes cruzaban con sus bicicletas durante el llamado Período Especial. Fue entonces que se asfaltó el terraplén existente, llegándose a cubrir una gran parte de la franja arenosa. La cinta de asfalto irrumpió en el arenal, provocando su reducción y el aumento de la contaminación producto del constante paso peatonal. Lo que todavía fuera en los finales del ochenta un pequeño paraje agreste, con ciertas condiciones para el esparcimiento de quienes preferían evitar la aglomeración de bañistas que en el verano se dirigían a las extensas áreas extendidas entre el Mégano y Guanabo, fue perdiendo su encanto.

Ciertamente la de Cojimar no podía compararse con las llamadas playas del Este de La Habana, pero la tranquilidad del mar que baña esta zona costera bastaba para pasar un rato de distracción. También el entorno contribuía con su paisaje variado al relajamiento de la vista.

Por su parte, el río que vierte en uno de los extremos de la ensenada, todavía no tenía el nivel de contaminación que presenta en la actualidad, cuando a veces las aguas presentan un color blanquecino atribuido a los desechos de la nueva planta de perfumes Suchel. Otros que echan sus residuales en este río son la prisión del Combinado del Este y una vaquería cercana.

Pero lo peor estaba por llegar. La crisis del transporte de aquella década tremebunda no sólo afectó el servicio de pasajeros. La basura comenzó a acumularse peligrosamente en las cuadras y barrios, obligando a que cada cual resolviera la situación a su manera. Un buen día al pasar por esta playa nos asombró la cantidad de desperdicios que cubrían el sitio. Cientos de jabas plásticas y envoltorios cubrían la arena hasta casi hacerla imperceptible. Después vinieron las carretas con las que se trató de resolver la falta de camiones de recogida de basura. Como éstas no contaban con la suficiente autonomía para trasladar lo recogido hacia lugares alejados, optaban por depositarlos en la playa.

Después las cosas mejoraron y aquel basurero fue eliminado. Se trajo arena nueva en varios equipos de volteo. Parecía que al fin la playa iba a recuperar su rostro anterior. Desgraciadamente, muchas personas continuaron con la práctica de botar la basura en un lugar que ya habían dejado de considerar como zona de recreo.

Hace dos veranos un joven de la Universidad de La Habana, estudiante de la facultad de Geografía, empezó a realizar lo que a nadie se le había ocurrido antes: incentivar a los niños del pueblo a cuidar y limpiar las arenas de su playa. Parecía que la idea tenía asegurado un buen futuro, pero apenas comenzada la iniciativa terminó por fenecer. Tal vez los padres de los muchachos, preocupados por la manera en que sus hijos recogían todo tipo de inmundicias sin contar con ningún tipo de protección, decidieron desanimarlos de continuar en esta tarea. Por otra parte, el grupo veía cómo lo que ellos colectaban se iba acumulando sin ser recogido por los organismos que tienen la posibilidad de hacerlo, por contar con los medios de transporte adecuados.

Al final el trabajo había sido hecho en vano. El buen propósito fue siendo aplastado por la desidia y el desinterés de quienes debían apoyarlo. La basura continuó siendo un personaje omnipresente. Ahora es más frecuente observar, en mayores proporciones que las aves marinas, a bandadas de tiñosas revoloteando por encima de las aguas o hurgando en la orilla.

Desde hace varios meses un nuevo azote suma sus fuerzas para acabar con lo poco que queda de la antigua playa cojimera. En la arena aparecen profundos cráteres dejados por los que están haciendo cualquier trabajo de construcción y que de manera ilícita saquean la existente en esta franja costera, llevándola en sacos o carretillas. La acción destructora es justificada por la falta de materiales para reparar o levantar una vivienda. La que se extrae aquí no es la más idónea por su contenido salino, pero el que tiene necesidad no lo piensa dos veces. Hace unos días varios infractores fueron sorprendidos en pleno acto de depredación y se dice que se les impuso una fuerte multa de hasta quinientos pesos. Pero el mal está hecho. Otros se aprestan a evadir la esporádica vigilancia y los huecos siguen extendiéndose.

Pero no es sólo la playa la que peligra en este lugar de La Habana. Muy cerca de ella existe un paraje que puede ser considerado una reserva ecológica regional. Una estrecha franja de árboles y plantas conforman un bosque, bastante encerrado en la tenaza de las construcciones que crecen a su alrededor. Este sitio está amenazado además por la cercanía de una antigua unidad militar, que ahora funciona como campo de instrucción de los agentes que velan en los centros bancarios, tiendas y lugares donde se guardan valores.

A los que han ocupado durante años ese terreno, incluyendo los actuales moradores, la vecina arboleda no les dice mucho. En ella pueden encontrarse restos de motores, chasis de carros viejos y otros artefactos arrojados indiscriminadamente en su interior por inservibles.

La sociedad cubana está urgida no sólo de tomar conciencia en el terreno de lo político y de las libertades cívicas. Se requiere además que adquiera una profunda educación ecologista que la haga sentir el peso de la responsabilidad que tiene este asunto que nos confiere a todos. El cuidado de la naturaleza es parte también de la lucha por la democracia en cualquier sociedad. Sin ella llegará el día en que tal vez tendremos garantizados derechos y espacios de mayor libertad, pero sin playas ni bosques.

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