Es posible que el italiano Cesare Battisti (que en la década de los 70 -la del terrorismo de los “años de plomo” en Italia- liderara el grupo violento denominado Proletarios Armados para el Comunismo”) tenga en su conciencia el peso de varios asesinatos. Lo que no cabe duda es que tiene sus manos teñidas -indeleblemente- con la sangre de víctimas civiles inocentes. Como la de un joyero milanés, Alberto Torregiani, muerto por Battisti durante el robo a su joyería.
La Justicia italiana lo condenó -por su responsabilidad en al menos cuatro homicidios cometidos entre 1977 y 1979- a pasar largos años de prisión.
No obstante, en 1981 se fugó de la cárcel y pasó, como tantos, a la clandestinidad. Hasta el 2004 estuvo refugiado en Francia, amparándose en la lamentable “doctrina Mitterand” que ofreció, en los hechos, refugio en el país galo a los terroristas italianos contra el mero compromiso de los beneficiarios de abandonar la violencia. De esa manera muchos vivieron en la más absoluta -e injusta- impunidad. Al cambiar, en el 2004, la actitud de Francia, que de pronto abandonó la “doctrina Mitterand”, Battisti se fugó rápidamente de Francia y llegó a Brasil, se presume que con documentación apócrifa. Buscado por INTERPOL, Battisti fue finalmente arrestado en Copacabana, el 18 de marzo de 2007.
Mientras avanzaban los procedimientos judiciales normales para extraditarlo a Italia, los cuales se estaban inclinando a favor de hacerlo, la izquierda mundial comenzó a “moverse” activamente, para evitar su extradición. El ex terrorista Pietro Manzini, así como Toni Negri, Yves Crochet, Fred Vargas y los locales Fernando Gabeira y Eduardo Suplicy, se contactaron asiduamente con las autoridades de Brasilia para interceder, todos, a favor de Battisti. También lo hizo, aunque algo más discretamente, Carla Bruni, la influyente italiana transformada en la esposa del Presidente de Francia, Nicolás Sarkozy, quien (pese a las poco creíbles desmentidas del Elíseo) habría aprovechado unas cortas vacaciones en Brasil para pedirle -oficiosa, pero efectivamente- al Presidente “Lula” del Brasil que impidiera, con clemencia, la extradición de Battisti. La Bruni, se dice, tiene una hermana a quien se tiene por activa militante peninsular de izquierda, con afinidades con grupos radicales. Todos argumentaron que Italia simplemente busca “revancha”, olvidando que existe algo llamado justicia y que hay víctimas y herederos de las víctimas que la reclaman, con razones poderosas.
El Ministro brasileño de Justicia, Tarso Genaro, por años alcalde de Porto Alegre, dictó (inesperadamente) una resolución concediendo formalmente asilo político en Brasil a Battisti, como refugiado, sosteniendo insólitamente que el delincuente sufriría, en Italia, una “persecución política”.
El Poder Judicial brasileño, competente en la cuestión, justo cuando el tema estaba ya en la Corte Suprema para ser decidido, quedó desairado, puesto de costado, ignorado. El CONARE (Comitato Nazionale dei Rifugiati), órgano con competencia para recomendar en primera instancia que hacer en el tema, en el que está presente el representante del Alto Comisionado para los Refugiados de las Naciones Unidas, se había pronunciado ya a favor de la extradición, por tres votos contra dos. El propio Procurador General de Brasil, Antonio Fernando Souza, también.
Al tiempo de escribir estas líneas, el Poder Judicial del Brasil, pese a la resolución aludida, no ha liberado a Battisti, alegando que la Corte Suprema está “de feria”, esto es de vacaciones. La Suprema Corte tendrá, creemos, la palabra final en el tema.
Se dice que el Canciller Celso Amorín -como buena parte de la opinión pública del Brasil- no aprueba la resolución que, inesperadamente -saltando los procedimientos normales- confiere asilo político a Battisti y que, quizás, podría haber alguna reconsideración del tema. Lo dudo, sin embargo. Mucho.
Pocos están dispuestos a aceptar el absurdo argumento utilizado por el Ministro Genaro de que, en Italia, no se respetan los derechos humanos. Mucho menos aún, que su Poder Judicial no es independiente, ni ecuánime.
Mientras tanto, el pesidente de Italia, Giorgio Napolitano, que seguramente no puede olvidar el inaceptable asesinato de Aldo Moro por las Brigadas Rojas, escribió una dura carta al presidente “Lula” en la que expresó con justeza su “profundo estupor” y su “viva emoción” (una forma amable de decir “cólera”) por lo resuelto aisladamente por el Ministro de Justicia. Tiene, obviamente, toda la razón.
Pero, parece que, salvo que de pronto ocurra algo inesperado, Battisti, a los 52 años, no saldará su deuda con la Justicia. En rigor, está casi libre, una vez más.
En Roma, Bruno Berardi, presidente de la Asociación de Víctimas del Terrorismo y la Mafia, denominada “Domus Civitas”, ante la humillación sufrida se ha encadenado frente a la embajada de Brasil. Pero todo tiene un fuerte color a tarde.
Brasil ha conferido, otra vez, asilo político a un ex terrorista y permanece así claramente como “país refugio” para los terroristas, lo que ciertamente no es aceptable para una nación que, créase o no, tiene por “objetivo nacional” el sentarse en un asiento permanente en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, pese a lo cual no coopera -como debiera- en la lucha contra el terrorismo, sino en función de sus propios deseos. Es más, viola abiertamente la letra y, desde luego, también el espíritu de la Resolución 1373 (Artículo 2, incisos e y f) de ese organismo, lo que cabe lamentar.
Lo cierto es que el Presidente “Lula” tiene una Jefa de Gabinete, Dilma Rousseff, que militara en la guerrilla brasileña y terminara siendo apresada. Ella es nada menos que su candidata a sucederlo en la presidencia del Brasil, pese a que las encuestas de opinión reflejan, respecto de ella, el rechazo de la gente. Pero la circunstancia apuntada sugiere que puede haber algún contenido ideológico detrás de la decisión de no extraditar a Battisti.
Brasil debería reconsiderar su decisión. Pese a haber cobijado al General Georges Bidault (acusado de querer asesinar a Charles De Gaulle); a Alfredo Stroessner (el dictador paraguayo); y al banquero italiano Salvatore Cacciola, éste es un caso distinto. Más parecido al del también refugiado ex sacerdote Oliverio Medina, un ex miembro de las FARC, terrorista entonces.
Para los terroristas, como acaba de señalar Gianfranco Fini, el Presidente del Senado italiano, las excusas políticas son inaceptables cuando de crímenes y atentados se trata. Especialmente cuando hay víctimas civiles inocentes. Es hora de que Brasil haga la distinción que exige la comunidad internacional.
Ya hay, finalmente, un inesperado “efecto Battisti”. El mayor argentino Norberto Raúl Tozzo, buscado por la justicia argentina y detenido por la policía brasileña, solicita ser tenido, él también, como refugiado, por idénticos motivos que Battisti. Desde su óptica, tiene razón.
Porque, en palabras del senador Maurizio Gasparri, Brasil ha concedido impunidad “a un criminal asesino, lo que es intolerable”.
Por esto, Italia presiona para que se revea la decisión, mientras prepara recursos judiciales ante la Corte Suprema del Brasil y piensa en llamar a su Embajador en Brasil, Michele Valensise, a informar a Roma, señal de fuerte disenso, al límite de la ruptura de relaciones. En Roma y Milán hay huelgas de hambre, en señal de protesta. No sin razón.
Por esto también para Brasil es hora de reexaminar una decisión “soberana” quizás, pero caprichosa y equivocada. ©www.economiaparatodos.com.ar |