Dolor y gratitud
Reviso una carta de esa época. Valdés Tamayo le cuenta a su esposa, Elisa Collazo, algunos aspectos de su vida en el centro penitenciario: "La comida sigue siendo poca, malísima y apestosa. El servicio médico es pésimo, existe una gran proliferación de ratas, mosquitos, cucarachas e insectos de todo tipo dentro de los dormitorios".
El preso narra con amargura el día a día de los reclusos comunes y las golpizas que les propinan los guardias. "Luis Machado Mesa, alias 'Manteca', y Wilson Ariel Tejada Gómez se inyectaron el SIDA. Aún se desconoce quién les suministró el virus. En el 2003, 'Manteca' se inyectó sosa cáustica en los ojos y perdió la vista de un ojo y quedó con dificultades visuales del otro. Tanto 'Manteca' como Wilson, en ocasiones anteriores se autoagredieron inyectándose petróleo en las piernas y se han cortado las arterias en varias veces".
Esto es lo que cuenta a su mujer en otra carta: "Los medicamentos que me enviaste no me los han entregado. No me toman la presión arterial. Vivimos ocho reos en un cubículo de seis metros por tres de ancho, junto a un baño y un lavadero. Sólo he recibido asistencia religiosa una vez. Engañan al padre de la iglesia de Cristo diciéndole que nosotros no queremos la asistencia y a nosotros nos dicen que el padre no nos quiere asistir. Existe un solo teléfono para 600 reclusos".
Su camino —dice— es recto y terminará sólo con la libertad de su país. Los dolores, la falta de atención médica y la dura experiencia carcelaria hicieron que el camino se cerrara antes de ese momento.
Esa realidad y el acoso a que se le sometió después de enviarlo a su casa del reparto Párraga, con una licencia extrapenal por temor a que falleciera en un calabozo, marcaron la fecha de muerte de Valdés Tamayo, que esperó en vano el permiso de salida para exiliarse en Estados Unidos u Holanda y someterse a un adecuado tratamiento médico.
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